* Desgrabación de la conferencia brindada por Carlos Raimundi en CITA, en Junio de 2003.
En este mundo de cambio, este tiempo de cambio, todos hablamos de las incertezas; todos tenemos más preguntas que respuestas. Estamos inmersos en un mar de incertidumbres y esa sea, quizás, la única certeza que tenemos. Y en el campo de las categorías políticas con más razón todavía, porque la política -no la política que nos proyectan los noticieros y los diarios todos los días, sino la política en su verdadera naturaleza- tiene que ver con la transmisión de ideas, tiene que ver con la creación de escenarios, y esas ideas se transmiten a través de palabras, a través de un lenguaje.
En primer lugar, las palabras que configuran el ideario de la política están absolutamente prostituidas: ninguna de ellas expresa lo que debiera expresar, ninguna de ellas expresa en los hechos lo que es propio de su naturaleza. Al contrario, en nombre de determinadas palabras suceden hechos contrarios a los que esas palabras inspiran, empezando por el cuadro de situación, por el modelo de época, la palabra “globalización”.
¿Qué es lo que inspira “globalización”? Viniendo de lo global, inspira totalidad. Y fíjense ustedes que en la globalización hay un aspecto técnico, tecnológico, que es irreversible; creo que los avances tecnológicos son irreversibles. Pero indudablemente hay otro costado de la globalización que no es tecnológico, que es ético y político. Desde ese costado, cuando cinco sextas partes de la humanidad quedan al margen de los adelantados tecnológicos, no podemos sino concluir que no hay nada más alejado de lo global que la globalización.
Y ahora tenemos un problema agravado, estamos enfrentados a una cuestión que tampoco es reversible. Es necesario pensar cosas nuevas, no se puede volver a abordar el presente y el futuro con las categorías anteriores. El escenario está coronado por la invasión a Irak, en la que se terminó con la juridicidad internacional. El derecho internacional venía teniendo déficit muy fuertes, no podía afrontar los problemas que tenía que afrontar. La Organización de Naciones Unidas es un organismo insuficiente; los organismos económicos de posguerra -Fondo Monetario, Banco Mundial- estaban llamados a cumplir un rol, en lo económico y en lo político, que no han cumplido, pero de alguna manera establecían un encuadre legal de la realidad. Era posible decir que existía una legalidad que tenía un déficit, que tenía problemas, pero la había. Ese mínimo también ha sido transpuesto: ya no hay más legalidad, no hay más juridicidad.
La juridicidad, inclusive, estaba vinculada con un principio que se incorpora al derecho internacional a partir de los dichos de quien era canciller argentino durante la guerra de la Triple Alianza en el siglo XIX -Mariano Varela- que es “la victoria no da los derechos”. Ese enunciado se transforma, con el tiempo, en un principio jurídico. ¿Qué es lo que quería decir? “La victoria no da derechos que puedan ir mas allá de los motivos que ocasionaron el conflicto”, pero siempre dentro de un marco jurídico. Ese principio fue modificado por otro no escrito, tácito, pero real, que reza: “el único que tiene derechos es el triunfador”, “no hay más derechos que los del que triunfó, que los derechos que éste impone”. Y todo esto en nombre de la categoría estado - nación, la categoría de la soberanía estatal.
Se dice que “El Estado es un poco la señal de lo sólido”, y se habla del paso de lo sólido a lo fluido de esta época. Todas las relaciones políticas internacionales estuvieron basadas en un sujeto casi excluyente a lo largo de todo el siglo XX, que fue el Estado Nacional. Esa categoría está siendo suprimida también, porque había un gobierno en un país que no le gustaba a la potencia mayor y entonces había que cambiarlo, y había que cambiarlo con la invasión directa, con la intervención directa. Ni siquiera mandando, como hicieron en la década de los 70 en nuestro continente, testaferros militares, que eran argentinos, o nacionales de los países a los que venían a “salvar”. Entonces resulta que después una parte del pueblo iraquí, mayoritaria, dice: “Bueno, está bien, reconocemos que nos han liberado de Saddam, pero nosotros, que somos la mayoría chiíta de este país, queremos elegir un gobierno islámico”. Y se les responde: “No, porque tampoco nos gusta”. Con esto se pretende que concluya la categoría de Estado Nacional.
Hasta ese momento, es cierto que el Estado era insuficiente: ya no era el Estado que existía en el periodo de entre guerras, cuando ganan preponderancia las experiencias de los grandes nacionalismos, ni tampoco el estado del bienestar, en la posguerra. Había dejado de serlo porque estaba muy cruzado por intereses económicos, por organismos de la sociedad civil, tanto internos como externos, por bancos, por organismos multilaterales. Ya sabíamos que ese no era el Estado que había sido, pero ahora estamos directamente ante el riesgo de que no exista más la categoría soberanía - estatal.
La cuestión de la guerra preventiva nos pone en una situación de guerra permanente. ¿Por qué? Porque no hay posguerra; la guerra preventiva no tiene posguerra. Estamos siempre ante la perspectiva de, ante la posibilidad de. Entonces, si siempre estamos ante la posibilidad de una guerra, es una guerra que nunca termina de empezar, pero tampoco nunca termina. El mundo está en situación de conflicto, en una situación de percepción de conflicto permanente, que nunca sabemos cuándo va a empezar y cuándo va a terminar. Indudablemente, los atentados contribuyeron a cristalizar esta situación, porque cambiaron el paradigma de la seguridad.
Notemos qué distinto era cuando los instrumentos de seguridad, los mecanismos de seguridad internacional, estaban basados en conceptos tradicionales, es decir, cuando había un despliegue militar de un Estado, una fuerza estatal, que operaba en un determinado territorio y entonces había que defenderse de eso, de los atentados, y había que crear tecnología para eso. Los Estados Unidos se estaban preparando con un escudo antimisilístico y un modelo de soldado ultraequipado para poder afrontar cualquier conflicto en todo terreno. Sin embargo, los atentados se cuelan por un nivel tecnológico que no tenía nada que ver con esos preparativos: un par de sevillanas reducen a la tripulación de un avión, a partir de la convicción de que hay un objetivo por el cual vale la pena inmolarse.
¿Hacia dónde se desplaza el anterior paradigma de seguridad? El atentado terrorista no tiene escenario fijo; puede ocurrir en cualquier lugar, puede producirse en cualquier momento y puede ser por cualquier medio. Es decir, el mar de la incertidumbre. Y además no sirve amedrentar al enemigo con la pérdida de la vida, porque el enemigo es el que me dice: “Yo estoy dispuesto a morir, ¿de qué sirve que ustedes me amenacen con que voy a perder la vida? Si yo mismo estoy dispuesto a ofrecerla”.
Esto nos lleva a que ninguno de los problemas del presente puedan ser abordados con las mismas categorías de pensamiento del pasado. Por ejemplo, la actitud de Europa. Uno podría ver a Europa como un espacio monolítico, la unidad europea, un proceso que venía in crescendo y, sin embargo, Inglaterra y España se alinean por un lado, en tanto que Francia y Alemania resuelven por el lado opuesto. Con el agregado de una curiosidad más: Inglaterra tiene un gobierno que, en los papeles, es social-demócrata, es decir, de izquierda, y España tiene un gobierno de derecha. Alemania y Francia, que son el otro eje aliado, tienen un gobierno de centroderecha, en el caso de Francia, y un gobierno social-demócrata, en el caso de Alemania. También en Europa - la cuna de las izquierdas y las derechas- se rompieron las categorías de las izquierdas y las derechas.
Y todo esto sucede en nombre de la libertad. Una vez derrocado un gobierno, la gente dice: No obstante, en la cuna de la libertad que son los Estados Unidos, a la gente que se oponía a esto se la incluía en una lista negra y se la echaba de su trabajo. Insisto, todo esto en nombre de la libertad.
Quisiera citar un párrafo de un artículo de Zizek sobre los atentados, que me parece una síntesis muy fuerte de la etapa que estamos viviendo. Sobre el final, luego de todo un planteo de los atentados, hay un subtítulo que dice: “Bienvenidos al desierto de lo real”. Es decir, los Estados Unidos se enfrentan con la realidad que ellos creían que podía suceder en cualquier parte menos en su propio lugar. El artículo termina diciendo: “… Por eso, la alternativa es: ¿Los norteamericanos decidirán fortificar más su esfera, o se arriesgarán a salir de ella?”. “¿Los Estados Unidos persistirán -e incluso fortalecerán- su actitud de ‘¿por qué nos sucede esto a nosotros?’, llevando una mayor agresividad hacia el afuera amenazante, en síntesis, desarollando un accionar paranoico, o se arriesgarán finalmente a pasar a través de la pantalla fantasmática que los separa del mundo exterior aceptando su llegada al mundo real, llevando a cabo el movimiento largamente demorado desde “cosas así no deberían suceder en los Estados Unidos” hacia “una cosa así no debería suceder en ningún lugar”?
“Las vacaciones norteamericanas de la historia…”. Continúa diciendo que los Estados Unidos estaban de vacaciones de la historia, es decir, que la historia pasaba por un lado y ellos estaban encerrados en sus vacaciones de irrealidad. “… Las vacaciones norteamericanas de la historia eran una farsa; la paz en Estados Unidos fue conseguida gracias a las catástrofes que sucedían en otra parte. Allí reside la verdadera elección de los bombardeos, la única forma de asegurar que no sucederán nuevamente aquí, es prevenir, que no sucedan en ningún otro lugar…”.
Entonces, ¿qué es lo que queda en pie? Es decir, ¿desde dónde hacer política? ¿Desde qué certeza hacer política? Estos interrogantes no significan que uno no tenga claro determinados valores, que no sigamos prefiriendo la paz a la guerra, la igualdad a la desigualdad, y que no sigamos prefiriendo la democracia a la dictadura. No es eso. Uno tiene que estar parado en alguna certeza. De lo contrario, no tiene cómo moverse. Lo que quiero decir es que los caminos que nosotros creíamos válidos para conseguir esos objetivos están cortados.
En la Argentina, todas estas cosas se dan con sobredosis. Digamos que la Argentina es el país de la sobredosis, de estas mismas cosas que acabamos de nombrar, pero corregidas y aumentadas, llevadas al paroxismo de las categorías políticas. Cabe preguntarse qué es lo que pasa con esto, si cuando quedó desvirtuado el sentido de todas las palabras, la sociedad -que debiera ser la receptora del mensaje de la política- le quita la palabra a la política. Es decir, la palabra emanada desde la política está invalidada a priori por la sociedad: no sé si lo que me dicen está bien o está mal, no sé si es verdad o es mentira, lo que sé es que me lo están diciendo desde la política, por eso lo invalido.
Existe otro elemento muy fuerte que es un contrato pre-político, un contrato moral: recuperar el valor de la palabra. Porque si no volvemos a determinadas convicciones éticas, no hay forma alguna de construcción, porque si uno establece una ley, pero no tiene voluntad de cumplirla, la existencia de esa ley carece de sentido. Muchas veces la gente se pregunta por qué no se dicta una ley que regule una cuestión. Y la ley está, lo que no hay es la voluntad de cumplirla, lo que no hay es un contrato entre los interlocutores, entre los actores, que sea capaz de exigir su cumplimiento. El camino es volver a las convicciones. Hojeando las noticias sobre la nueva legislación sobre tragamonedas, por ejemplo, se puede observar que la mitad de la noticia no trata sobre el contenido de la ley: la mitad de la noticia habla sobre qué legislador fue al recinto, quién no fue, a quién convencieron, quién había dicho que iba a votar en un sentido, pero luego votó en otro. ¿Y la Corte? ¿Cuál es el problema de la Corte? Si impulsan el juicio político, dicto un fallo; si me perdonan el juicio político, dicto el fallo contrario. Entonces, ¿dónde está la justicia de parte de la cabeza del poder judicial? La inamovilidad de los jueces no es la inamovilidad del sillón, sino la inamovilidad de los valores de justicia; de donde no se tienen que mover es de la justicia, no del sillón. Insisto. Si no hay un contrato anterior a la política, un contrato ético, no hay manera.
También es preciso discutir el papel de los medios de comunicación. Una discusión que falta es la que gira sobre el papel que están jugando los medios de comunicación hoy de mediación entre el poder y la sociedad. Es una discusión larvada, subyacente, que nadie quiere dar porque tenemos miedo de dar. Pero la hipocresía de los medios de comunicación en este momento no puede estar ausente en este debate. Los medios son los grandes fiscales. ¿Cómo hago para dar una discusión sobre el papel de las privatizadas, en un programa de un periodista muy progresista, pero que es auspiciado por esa privatizada que yo quiero denunciar? Los medios de comunicación han asumido un papel de protagonismo tal, de mediación entre el poder y la sociedad, del que carece la política.
Es lógico que sea así, si es una historia de mentiras, de traiciones, de adulteración de sentidos, si la política dejó de crear sentido, entonces por qué darle la palabra a la política. Ahora bien, si este quitarle la palabra a la política lo hubiera asumido la sociedad civil como propio, en definitiva se hubiese creado un contrapoder o, mejor dicho, a partir de un contrapoder se hubieran generado paradigmas distintos desde la sociedad. Pero ese espacio no lo ocupó la sociedad, lo ocupó el mercado: el que hoy da sentido a las enunciaciones políticas es el mercado.
Un ejemplo alentador sobre esto de construir poder por parte de la sociedad civil: las reuniones del G7 o del G8 no se pueden hacer en lugares públicos, no porque la política de los países del tercer mundo lo impida, si no porque la gente lo impide con atentados, con manifestaciones, con violencia, con lo que tiene a mano. Entonces las distintas reuniones en Seattle, Génova, Johannesburgo, las distintas reuniones, no se pueden hacer porque está surgiendo algo distinto de la gente.
Otro ejemplo: a fines de enero tradicionalmente se reúne el Foro de Davos, es decir, el foro del pder y, desde hace unos años, también el Foro de Porto Alegre, que no es todavía un contra poder, pero es un antipoder. La diferencia más marcada entre esos dos foros no es la cantidad de dinero que se maneja, si no que allá en Davos lo que se tiene en cuenta es la capacidad del mercado, la capacidad regulatoria de la economía y las leyes económicas, mientras que en el Foro de Porto Alegre cada persona que quiere hacer uso de la palabra puede hacerlo: hay foros de minorías, hay foros parlamentarios, hay foros sindicales, foros para la cultura, foros aborígenes, etc. pero en todos una persona vale igual que cualquier otra persona de las que están presentes. Es decir, se respeta la palabra de cada uno. ¿Por qué? ¿Cuál es el paradigma distinto? El paradigma es: en Davos no importan las personas si no tienen poder económico; no importan ni las personas, ni los Estados, ni los continentes, ni los regímenes. No importa nada que no tenga poder económico. En Porto Alegre no importa el poder económico; importa la persona. Aparece otra veta a partir de la cual reconstruir.
Zizek dice en uno de sus libros que: “…Las ideas que gobiernan no son las ideas de los que gobiernan…”. Quienes gobiernan son menos gerentes que administran un poder que está en otro lado. ¿Para qué sirve tomar un poder del Estado? Luchemos por el poder de las ONG, luchemos por el poder de las asambleas barriales, luchemos por el poder de los movimientos sociales. Lo que hay que lograr es un nivel de tensión, creativa, creadora, entre un poder estatal que abra espacio para que estos elementos individuales se desarrollen, pero que al mismo tiempo mantengan la cohesión interna de un sistema ¿Qué quiero decir con esto?. De acuerdo con Bobbio, los individuos tienen cosas en las que necesariamente tienen que diferenciarse, que son los gustos personales, la libertad individual, las ganas de hacer cada uno lo que quiera, y tienen cosas sobre las que debe haber algún poder que tienda a la igualación como, por ejemplo, el acceso a la educación, el acceso a la salud. O sea, en algunas cosas los individuos tienen que ser cada vez más iguales, tenemos que propender a la igualdad, y en otras cosas esas mismas personas tienen que ser cada vez más distintas. El papel de la política, entonces, es garantizar que los individuos puedan ser distintos en todo aquello en lo que deban ser distintos, y que puedan tener igualdad de oportunidades en todo aquello en lo que deban tener igualdad de oportunidades. Esta es una tensión básica a resolver.
¿Cómo hizo el mercado para erigirse en el principal creador de sentido? Confluyen en este momento ciertos factores que consolidan esta situación: la debilidad de la política, es decir, la insuficiencia de la política, la insuficiencia de la sociedad, de la sociedad civil, de los movimientos sociales, de los individuos, de los particulares para tomar ese lugar, conjugado con un mercado muy activo que aprovechó esas dos debilidades y dijo: “Acá yo soy el fuerte, yo tomo este lugar”. ¿Qué es, entonces, lo que pasó? Surgió la privatización de lo público, es decir, los bienes públicos, los espacios públicos, quedan a merced de los poderes privados. La privatización entendida en términos de los intereses del mercado, no de los intereses de la sociedad. El problema es que la privatización de lo público se cruza con la publicación de lo privado.
Recuerdo que Milan Kundera relata el suicidio de un amigo íntimo, a quien había afectado muchísimo que la persecución ideológica hubiese llegado a los lugares más íntimos de su casa. Entonces, cuando los lugares más privados se hicieron públicos -no solamente cuando el espacio público se privatizó- sino cuando los lugares más privados se hicieron públicos, éso no lo pudo soportar. Era un luchador político, un hombre idológicamente muy fuerte, pero lo que no pudo soportar es la llegada de lo público a los lugares más privados. Y en eso estamos, estamos en que lo público es privado y lo privado es público.
¿Cómo actúa el mercado? Actúa a partir de leyes económicas que dicen que vamos a tratar de conseguir el mayor rédito con el menor esfuerzo. Pero resulta que hasta hace poco tiempo atrás, hasta hace unas décadas atrás, había bienes que estaban preservados de eso. La sociología no estaba invadida por esos principios. Había otros valores que daban sentido a la vida de un ser humano, que iban mucho más allá de lo económico.
Pero cuando el mercado se mete en todos los campos, termina siendo esta ley, el paradigma de todas las disciplinas, no solamente de las disciplinas económicas, sino también de las sociales, las culturales, de las disciplinas éticas y también de la política. Cuando esto invade las conductas sociales, la sociedad termina a merced del mercado. Quisiera dar un par de ejemplos. Supongamos que hay una empresa que va a asfaltar la calle de toda una cuadra. Siempre va a haber un vecino que se haga el vivo y diga “yo no pago mi cuota, total el asfalto se va a hacer igual, no es que van a dejar de hacerlo si yo no aporto”. Eso es actuar con la ley del mercado, eso es actuar con la ley económica, la racionalidad del hombre económico, el mayor rédito con el menor esfuerzo. Pero surge la paradoja de que si esta misma conducta fuera utilizada por todos los beneficiarios, no habría asfalto; es decir, cuando todos creen que se van a beneficiar a partir de la salida individual, no hay salida colectiva. Si yo deforesto mi parte del terreno creyendo que con eso tengo más superficie cultivable, pero todos hacen lo mismo, se terminó la superficie cultivable. Cuando la sociedad se mueve, cuando todos los individuos de la sociedad se mueven a partir de las leyes económicas, se terminó la sociedad.
¿Cómo volvemos a posibilitar que la política recupere sentido? Yo propongo volver a la polis; otra postura dice que no se puede volver atrás. Y es verdad, pero la vuelta a la polis no está planteada en términos cronológicos, sino como volver a la posibilidad de encontrar un ámbito donde la política pueda expresar el bien común, donde haya una construcción común, donde no haya solamente una suma de beneficios individuales sino que se pueda volver al vínculo. ¿Por qué la Revolución Francesa o luego las Naciones Unidas redactaron la carta de los derechos humanos que se convirtieron en un paradigma? Esto es así porque expresaba valores universales. Si no hay más valores universales, ¿qué va a expresar la política? Nada más; la política no puede expresar solamente valores individuales, es decir, tiene que crear un espacio para que los valores individuales se desarrollen, pero al mismo tiempo tiene que generar también una idea de sentido, de que vale la pena vivir en comunidad. Entonces, mi propuesta es volver a la polis en ese sentido, puesto que hoy los estados nacionales están tan complejizados, tan desagregados, que quedan pocas cosas que puedan expresar en común a todos los argentinos o a todos los nacionales de un determinado estado - nación.
Entonces, la política se dejó apropiar por el mercado. ¿Qué es lo que significa, entonces, la política? Significa, por expresarlo en forma muy simple, que hay intereses particulares de los empresarios, de los intelectuales, etc., que deben ser sintetizados por la política mediante un proyecto colectivo.
Y la política tiene una naturaleza diferente de la de los intereses particulares. En cambio, cuando la política también se subordina a las leyes del mercado, pasa a ser expresión de un poder corporativo más, que es exclusivamente el de las personas que hacemos política. Eso es lo que está pasando hoy, es decir, la política no le sirve absolutamente a nadie más que al bienestar individual del que hace política. Paradójicamente, si hay algo que tiene naturaleza anticorporativa es la política; por eso, cuando la política se convierte en una corporación más, se terminó la política. Entonces, ¿cómo vuelve la política a expresar un bien colectivo, un proyecto colectivo?
Y entonces ahí es donde la política de una vez por todas tiene que asumir esta deuda ética que mencionaba al principio, y tiene que volver a la virtud. Volver a la polis es volver a la virtud griega, es volver a decir que existen valores éticos que son superiores a los valores económicos. Hay que volver a crear el espacio para que la virtud sea posible, para que la virtud sea valorada, para que tener dignidad, para que tener valores morales sea más gratificante que tener bienestar económico. Si no volvemos a cambiar ese orden de prelación no hay forma, no hay espacio. La política tiene que volver a su esencia creadora; tiene que crear tiempos y crear espacios, y hoy la política no crea tiempos y espacios colectivos, por eso se refugia la gente en su propio tiempo y en su propio espacio, y yo me conformo con recrear mi barrio, con recrear mi plaza, con recrear mi cursada. Lo cual no está mal, pero lo que está roto es el principio de vida comunitaria, de vida común, de bien común, y esa es la función de la política. Cómo recrear un espacio y un tiempo, para que la virtud sea posible y sea deseable, volver entonces no solamente al aspecto ético sino al aspecto creativo de la política, al aspecto creador de la política, al costado creador de la política.
En definitiva, cuando nadie creía en algo, algunos creían en eso: crearon sentido, crearon un espacio y un tiempo y lo hicieron posible. ¿Qué fue la Revolución Francesa? ¿Qué fue la Revolución Rusa? Si se hubiera seguido un análisis marxista, la revolución socialista o del proletariado tendría que haber sucedido en los países con mayor concentración capitalista, porque se llegaba a un nivel de polarización y de toma de conciencia del proletariado y estaban dadas las condiciones objetivas para hacer la revolución. Sin embargo, la revolución se hizo en un país semi pastoril. ¿Por qué? Porque lo que hubo fue capacidad intelectual de la política para crear tiempo y espacio. En el país donde se produjeron las crisis de superproducción que terminaron con la crisis del 29, la solución no fue marxista, sino que pasó por otro líder intelectual, Keynes, que propuso mantener los paradigmas del capitalismo, tomar elementos del marxismo, crear un híbrido y recuperar el papel activo del Estado en una economía liberal. Pero esa solución fue intelectual, no fue económica, porque si hubiera sido económica se hubiera dado de acuerdo con toda la cronología que planteaba el marxismo para la revolución.
La política tiene que volver a representar. En mi opinión, la palabra “representar” me suena de dos maneras: “representar” o “re” “presentar”. La palabra escrita toda junta, es como cuando uno representa a un ausente; es decir, hay una persona que está afuera y que me pide a mí que yo haga algo por ella: puede ser el albacea en un juicio sucesorio, puede ser el mandante, pero siempre representa a un ausente, a una persona que no está. Estamos hablando de volver a hacer presente al ciudadano, volver a hacer presente al pueblo como sujeto, es decir, volver a re-presentar a un sujeto que tiene que tener la voluntar de ser re-presentado, y que tiene que asumir la responsabilidad de ser re-presentado.
Este no es un camino de una sola vía. Yo creo que en una crisis sistémica como la que estamos viviendo, desde luego, la responsabilidad mayor es la de los que se autopostulan. Quien se compromete a liderar un proceso es el máximo responsable del destino de ese proceso, pero en una crisis sistémica no hay sociedad inocente y, mucho menos, sociedad virtuosa. O sea, no hay una política nefasta que surja de una sociedad virtuosa. Alguien tiene que asumir la voluntad de re-presentar, pero tiene que haber sujetos que asuman, también, la voluntad y la responsabilidad de ser re-presentados. Por caminos nuevos, porque los viejos ya no sirven.
Quisiera referirme ahora a un concepto de Alan Badiou. Uno de ellos es que cuando se crea un tiempo y un espacio nuevo, se inventa otro lenguaje, se crea otro lenguaje. Y en esto vuelvo a lo expresado recién: “…También devolverle a la política, como a cualquier otra actividad, la alegría, devolverle la alegría, el deseo, el interés…”. Hay que luchar para devolverle a la política ese sentido.
Y para cerrar, quisiera recordar una anécdota. Resulta que el padre llega cansado a la casa, después de la jornada de trabajo. Se sienta a descansar, pero tiene un nene chiquito, que lo único que quiere es jugar con el padre. Y el padre tiene ganas de sentarse un ratito, de ponerse las pantuflas, y entonces, dice: “Bueno, mirá, dejame descansar cinco minutos”. “No, papá, yo quiero jugar”, insiste el nene. El padre se pone a leer el diario y le da una hoja del diario al chico. “Tomá, jugá con esto”. Bueno, esa hoja del diario tenía, de un lado, una figura humana, y del otro lado había un mundo, un globo. El chico agarra la hoja y la rompe en veinte pedazos, entonces dice: - “Papá, ya está, ya jugué, ahora quiero jugar con vos”. Y no había pasado nada de tiempo, el chico lo único que había hecho era romper el diario. El padre no sabe cómo salir del paso, entonces dice: “- Mirá, hacé una cosa, volvé a armar el mundo”. Total, el chico tiene 2 ó 3 años, no va a volver a armar el mundo, va a estar media hora y me va a dejar descansar tranquilo. Al minuto llega el nene con el mundo armado y el padre le dice: - ¿Pero cómo hiciste? Y el nene le dice: - Papá, no fue tan difícil, reconstruí el hombre y se reconstruyó el mundo.-