¿QUÉ ES JAPÓN?

Querid@s amig@s y compañer@s:

Luego de pensarlo, me decidí a compartir este trabajo, que data de 2000.

Se trata de un resumen del libro “¿Qué es Japón?”, escrito por Taichi Sakaiya en 1995. Un libro (sobre todo si se trata de un ensayo, tal vez una novela podría retratar mejor su interioridad) jamás podría describir cabalmente a una Nación. Mucho menos un simple resumen del mismo. Así que no tengo pretensión de síntesis, sino de aproximación.

En aquel año 2000 tuve la suerte de visitar ese país por varios días, y comprobé que lo que dice el libro se aproxima mucho a las sensaciones que experimenté.

Poco antes de mi viaje, comencé a leer todo lo que hablara de Japón y llegara a mi alcance. Este libro fue el que me pareció más completo. Toda persona a la que le resulte raro, exagerado, inverosímil o inexacto su contenido, al menos habrá tenido acceso a una mirada diferente sobre un país apasionante.

Tengamos en cuenta, por último, la época en que fueron escritos: el libro es de 1993, y mi resumen, de 2000.

Bueno, sin más, los dejo con el humilde trabajo y agradezco a todas y todos los que tengan la dedicación de leerlo.

Un abrazo, Carlos

  

 

¿QUÉ ES JAPÓN?

Resumen del libro de TAICHI SAKAIYA, Ó1993. Primera edición, 1995

 “Hace unos años un periodista me preguntó si los japoneses tienen algún objetivo nacional que los motive para sacrificar su estándar de vida en aras del crecimiento económico y empresarial. La mayoría de ellos se sorprendería ante semejante pregunta. Jamás se les ocurriría pensar que un país puede poseer algo tan altisonante como un ‘objetivo’.

Respondí con una metáfora. Un avión jet tiene muchos componentes: alas, cabina, fuselaje. Todos ellos tienen diferente aspecto, usan diversos materiales y se fabrican con distintos niveles de precisión. Cada cual cumple una función específica, pero en conjunto apuntan a un solo propósito: volar. Los países como Estados Unidos y Francia son similares a los jets. Tienen un sentido de finalidad nacional. En cambio, Japón se parece más a mil relojes. Todos tienen la misma apariencia, todos marcan la hora, pero cada cual es una máquina que sigue su propio ritmo. El gobierno japonés los repara con frecuencia, pero los burócratas no tienen más objetivo que el de lograr que todos den la misma hora”.

 El autor

 PREFACIO

 

El Japón moderno es producto de la interacción de una geografía y un clima inusitados, con acontecimientos distintivos de su historia. Por ejemplo, la difusión del budismo no erosionó la religión nativa, el sintoísmo.

Los hitos que sostienen el último siglo de historia japonesa son el período Meiji (1868-1912) y las victorias obtenidas en la guerra sino-japonesa (1894-1895), la Guerra ruso-japonesa de 1905 y la Primera Guerra Mundial, que alentaron la creencia de que la sociedad japonesa combinaba los méritos de la cultura materialista moderna de Europa y Estados Unidos con la cultura espiritual japonesa.

El Japón tiene la fortuna de que una de sus singularidades sea precisamente su flexibilidad. La capacidad para imitar, absorber y digerir el saber extranjero constituye un elemento definitorio de su cultura.

JAPÓN EN LOS AÑOS 90 

Japón representa casi un séptimo de la economía mundial.

El espíritu de gratificación diferida tiene plena vigencia en Japón.

Casi todos los niños japoneses asisten a escuelas primarias y secundarias, el 94 por ciento continúa sus estudios en escuelas secundarias superiores, y casi un 40 por ciento de los egresados de éstas asisten a alguna institución de educación terciaria. (Si se incluye el 18 por ciento de los que ingresan en escuelas vocacionales, como se hace en Estados Unidos, el total supera el 50 por ciento.)

Japón gasta mucho dinero en educación. Los estudiantes reciben instrucción adicional en cursos intensivos y escuelas preparatorias y tienen instructores hogareños. El esfuerzo que se invierte en educación contribuye a una mayor igualdad social.

Los japoneses no son apasionados en materia de religión. El idioma es muy uniforme.

Además es un país muy seguro y muy limpio.

No tiene conscripción, y es improbable que la instituya. Los soldados voluntarios no corren peligro de ser enviados al campo de batalla.

Las estrictas regulaciones uniforman los parques y quitan toda individualidad al vecindario.

El tratamiento médico está restringido por un sistema de procedimientos estandarizados.

Este "país rico que no se siente rico, ha entrado en los años 90 en una nueva era que trae consigo presiones extranjeras. Ejemplos de los cambios que se requieren: el fortalecimiento de las leyes antimonopólicas y una vigorosa campaña contra los conglomerados empresariales que inhiben la elección del consumidor.

Existe el sistema de guía administrativa, que implica una estrecha participación de la burocracia oficial en el mundo industrial.

El proteccionismo japonés en políticas agropecuarias para el cultivo del arroz está arraigado en el sistema de guía administrativa, y los japoneses no encuentran en ello ningún error conceptual.

La zozobra de los japoneses para integrarse al orden mundial. Los japoneses aprendieron la importancia de utilizar la estructura mundial y el orden internacional y el peligro de tratar de cambiarlos. El orden mundial parece ser un fenómeno natural, tal como la gravedad, no algo que los meros seres humanos puedan controlar. Por lo tanto, la exigencia a participar en la conservación del orden internacional resulta, para Japón,  desconcertante. No cuenta con aptitudes para ello.

 

EL MONOCULTIVO INDUSTRIAL

 

La potencia económica ineficiente. Es la psicología del nuevo rico, que obviamente es la posición del Japón en la sociedad internacional actual. Predomina una autoimagen de talento y de potencia económica.

Japón adoptó la cultura del monocultivo extremo: la producción es muy eficiente en las industrias de producción masiva, modificó sus sistemas, organizaciones, educación, estructuras de mercado, estructuras regionales, con miras a la manufacturación masiva. Otros campos son ineficientes, caóticos y desorganizados. Cuando el monocultivo predomina en una sociedad, los cambios no son fáciles.

Son muy competitivos internacionalmente en áreas de producción masiva. Aún los cojinetes de bolas que emplean en los goznes de las puertas están elaborados con las medidas de ultraprecisión que se utilizan para cohetes aeroespaciales. Las fábricas equipadas con máquinas-herramientas automatizadas, con tolerancias que llegan al submicrón, elaboran dichos productos en forma barata y en gran escala.

Pero, en una encuesta de productividad de los operarios (1991), Japón quedaba detrás de los principales países industrializados, y sólo sobre Suecia. El porcentaje de empleo de Japón, 49 por ciento, continúa siendo el más alto de cualquier país industrializado.

Los japoneses también trabajan más tiempo que los habitantes de otros países industrializados. Las 2.044 horas anuales que el trabajador medio dedica a su labor representan un 10 por ciento más que las horas que trabajan los americanos, un 20 más que los ingleses y franceses, y nada menos que un 30 por ciento más que los alemanes.

Como resultado de su mayor productividad, los alemanes tienen tres veces más tiempo libre que los japoneses. Con el aumento del tiempo de viaje en la zona de Tokio, el tiempo libre del trabajador medio se reduce aún más.

 

El inmenso desperdicio del sistema japonés. Es un país que no gasta dinero ni mano de obra en nada que no sea la economía. La defensa suma apenas el 1 por ciento del PNB. Estados Unidos gasta seis veces más. Incluso la Europa Occidental gasta cuatro veces más que Japón. Las fuerzas armadas japonesas representan solo el 0,39 por ciento de la fuerza laboral, lo cual significa entre la mitad y un quinto del nivel de Europa y Estados Unidos. Las religiones constituyen una porción igualmente pequeña de las actividades personales y privadas de los japoneses. La mayoría de los sacerdotes y funcionarios religiosos trabajan tiempo parcial, y rara vez se permite que la religión obstaculice la actividad económica. El trabajo voluntario es una actividad marginal, y nunca detiene la actividad empresarial. Japón concentra sus recursos financieros y humanos en asuntos económicos, sin prestar atención a la defensa ni a la religión.

La gran mayoría de los japoneses es responsable hasta la exageración, y leal a sus organizaciones. Rara vez falta al trabajo, y las huelgas son notablemente raras.

Los subsidios y la asistencia oficial representan el 75 por ciento de los ingresos de las granjas.

Aunque Japón es una gran potencia económica, las únicas industrias competitivas y productivas, tanto en calidad como en cantidad, son las industrias manufactureras, especialmente las que explotan la producción masiva, como la automotriz y la electrónica. Lo cierto es que no es superior en toda la gama de la actividad económica, sino que sobresale en la producción masiva, en cuyo desarrollo ha superado muchísimo el desperdicio y las ineficiencias de otras áreas.

Pero la especialización en una industria conduce inevitablemente al empobrecimiento de la diversidad. Por eso Japón es una potencia económica sin rostro. Por eso los japoneses no se sienten ricos, aunque todas las estadísticas dicen que lo son.

 

Estandarización de la educación y la información. En general, la educación primaria goza de gran prestigio. Existe el consenso de que la educación empeora a medida que sube el nivel. Está muy generalizada la opinión de que las escuelas primarias y secundarias son ordenadas y los alumnos se desempeñan bien, pero que los estudiantes universitarios no estudian y no tienen personalidad. Hay pocos estudios e investigaciones creativos u originales en las universidades japonesas.

El orden que hallamos en la aulas japonesas se impone mediante la estricta supervisión de los docentes. Las escuelas japonesas se hallan tan constreñidas por la supervisión docente, que esta característica tiene graves efectos negativos sobre la iniciativa y la creatividad. Dan por sentado que el propósito de la educación consiste en producir capital humano que sea fácil de emplear en la industria de producción masiva.

La educación japonesa impone un alto costo en sufrimiento de los alumnos y gastos de los padres. Sus educadores nunca evalúan ni critican la educación escolar desde la perspectiva de la vida o la sociedad en general. Hay una tendencia a dejar la evaluación de la educación en manos de los docentes y los burócratas de la educación.

 

Ventajas y desventajas de la gestión a la japonesa. La gestión a la japonesa fortalece la lealtad de los empleados, aumenta las ganancias no distribuidas e impulsa a la empresa a invertir con miras al futuro. Como los procesos de toma de decisiones se extienden hasta los peldaños más apartados, se requiere más tiempo para tomar decisiones. Pero se llega a un consenso general, y una vez que esto se logra la decisión se puede llevar a cabo con la cooperación de toda la fuerza laboral. Las empresas japonesas se han fortalecido con pocos disturbios laborales, y a menudo han podido instituir cambios tecnológicos y reestructuraciones de gestión con la participación de toda la compañía. La suma de muchas compañías de este tipo ha redundado en el crecimiento y la fuerza productiva que han permitido que la economía japonesa descollara en el plano internacional.

Cuando la guerra Irán-Irak sembró en todo el mundo el temor a una nueva escasez de petróleo, el éxito de la integración de la tecnología electrónica a las industrias japonesas atrajo la atención y la envidia del mundo. Algunos llegaron a llamar a este tipo de gestión a la japonesa ‘capitalismo con rostro humano’.

Los tres pilares de la gestión a la japonesa son empleo vitalicio, orientación grupal e identificación con la compañía. Todos deben creer que el desarrollo de la empresa es un bien social y que el buen desempeño de ésta es una meta de la sociedad.

Las organizaciones burocráticas trabajan para el ministerio, no para el país. Estas tendencias no son tan malas como para que resulten intolerables para el sector privado, pero los mismos problemas son muy graves cuando se aplican a la burocracia oficial. Los burócratas japoneses no son leales al Japón ni al gobierno japonés, sino a su ministerio y organismos, dentro de los cuales tienen empleo vitalicio.

La introspección y la búsqueda de aprobación que impregnan la sociedad japonesa de los 90 están ligadas a los cimientos espirituales de la gestión a la japonesa. En el trabajo se halla la identidad.

Todo se evalúa según sea bueno o malo para la corporación empresarial. Esto asfixia la individualidad y la creatividad. Para ser un ‘buen empleado’ en la gestión a la japonesa hay que renunciar a los pensamientos propios, a los lazos familiares; uno sólo debe pertenecer al ámbito laboral.

En campos como la tecnología aeroespacial, que produce bienes complejos en volúmenes pequeños, y en las industrias de la información y la distribución, la rigidez laboral y la orientación grupal de la gestión a la japonesa constituyen una desventaja. Todos estos campos requieren decisiones rápidas y creatividad.

Por su parte, las reacciones japonesas ante los problemas internacionales son lentas; estas demoras nacen de una mala coordinación entre los ministerios.

Pero en el sector privado, la cooperación es monolítica. Diversas empresas de la misma industria, que en circunstancias normales rivalizan fieramente, se unen para beneficio del rubro cuando se trata de responder ante el gobierno o de competir en el extranjero.

 

La potencia económica sin rostro. Cuando fuera de Japón se pregunta ¨¿Qué sabe usted de Japón?”, la respuesta suele consistir en nombres de productos: Toyota, Nissan, Honda, Sony, Panasonic, Canon. Muchos extranjeros pueden enumerar rápidamente diez o veinte marcas japonesas, pero saben muy poco sobre la cultura, los sistemas y las costumbres del Japón. Sus conocimientos se limitan al nombre de alguna comida, como el sushi o el yakitori, y las artes marciales, como el judo y el karate.

Son raras las personas que conocen los nombres de algunos japoneses. Aún en Estados Unidos, que tiene una estrecha relación con Japón, menos de una en cinco pueden nombrar a un japonés que no sea un conocido personal. Sugún una encuesta realizada por una emisora de televisión japonesa en 1987, el japonés más conocido en Estados Unidos era el emperador Hirohito, y sólo lo nombró el 7 por ciento de los que respondieron.

La encuesta también preguntaba: “¿Qué acude a su memoria cuando oye el nombre de este país?” Cuando se preguntaba por otros países, los resultados eran muy diferentes; incluso en Japón, cuando se indagaba por Estados Unidos, por ejemplo, lo primero que se mencionaba eran nombres de personas (Washington, Lincoln, Keneddy, Marilyn Monroe) y les seguían cosas culturales como el béisbol, el jazz, las hamburguesas. Al hablar de Gran Bretaña, Shakespeare, Churchill y la reina Isabel fueron seguidos por las carreras de caballos, los autobuses de dos pisos y el whisky. Alemania evocaba Beethoven, Goethe, Hitler, la música y la cerveza: la China evocaba a Confucio, Yang Yu-huan, Sunt Yat-sen, Mao Zedong, la comida china, la poesía y la caligrafía.

Claro que hay muchos países que son poco conocidos tanto en Japón como en otras partes. Los que podían decir algo sobre las Seychelles o Bélice eran especialistas o personas muy bien informadas. Pero tampoco se conocen los nombres de los productos de esos lugares.

Quizá no exista otro país cuyas marcas sean tan conocidas mientras que su gente y su cultura son tan borrosas. Los únicos casos comparables son Sri Lanka con su té y Arabia Saudí con su petróleo. Pero sólo en el caso de Japón la gente de todo el mundo podría mencionar diez marcas sin nombrar una sola persona. Japón es una potencia económica sin rostro, una caja negra que escupe productos industriales.

Una causa de este relativo anonimato es que en Japón la autoridad suele estar diluida en los niveles más bajos de las organizaciones, con lo cual es difícil atribuir el diseño del producto y la gestión empresarial a individuos específicos. Si hubiera dicha persona, sería objeto de las despiadadas críticas de sus envidiosos colegas, algo que los japoneses temen muchísimo.

 

LA CULTURA JAPONESA COMENZÓ EN EL ARROZAL

 

Por qué Japón asimiló fácilmente la tecnología occidental. La transformación del Japón en una nación industrial moderna no consitutyó un desvío respecto de su senda histórica tradicional.

La antigua Grecia tuvo su auge de progreso material, y la China de la dinastía Song también produjo tecnologías. Los países de América Central y Meridional, destino de muchos emigrantes europeos, naturalmente conocían mucho mejor que Japón la cultura y la tecnología europea y norteamericana. ¿Por qué, entonces, no desarrollaron una floreciente industria moderna? ¿Por qué Japón fue el único país fuera de Europa y América del Norte que desarrolló plenamente una sociedad industrial?

Si el contacto con el conocimiento, la tecnología y los sistemas fuera suficiente, cualquier país actual sería un estado industrial moderno. Evidentemente no es así. Para digerir y asimilar estos datos y propagarlos en la sociedad se requiere cierto conjunto de valores, actitudes y sistemas sociales. La difusión de la industria occidental moderna en la India o en el mundo islámico se topa aún hoy con una fuerte resistencia.

Japón, en cambio, aceptó la civilización moderna en un período extremadamente breve. La tecnología y los sistemas que entraron al país fueron digeridos y adaptados al contexto japonés en unos cuarenta años. No hay otro ejemplo de un pueblo que introdujera y difundiera la civilización moderna con tan poca resistencia y con tanto orden. Este proceso fue prácticamente indoloro, si lo comparamos con los siglos de conflicto ideológico que debió padecer Europa.

Los japoneses no se habían habituado al modo religioso de pensar, que se traducen en culturas como sistemas autónomos que se deben aceptar o rechazar en su totalidad. En cambio, encaraban los datos como individuales, y la adopción fragmentaria de nuevas ideas les resultaba natural. Este pragmatismo es una característica definitoria que ha sido constante en su devenir.

 

El entorno imponía trabajo diligente y cooperativo. La historia japonesa carece de un período en que prevalezca la cría de ganado, y los animales rara vez se usaban para colaborar en la agricultura. La historia y la civilización japonesas comenzaron con el cultivo del arroz.

El maíz y el trigo pronto agotan el potencial del terreno. En cambio, el cultivo del arroz en campos anegados explota los nutrientes que lleva el agua y requiere de mano de obra intensiva. Hay que achatar el campo para inundarlo, escalonar las cuestas en terrazas, construir niveles para que el agua no se filtre y canales angostos para distribuirla. Estas tareas requieren un mantenimiento constante y obligan a las comunidades a trabajar en conjunto.

Los japoneses aceptaron desde un principio que era su destino formar comunidades aldeanas y trabajar diligentemente en conjunto.

 

Poco contacto con los animales. Algunos arqueólogos sostienen que jinetes nómades del continente asiático llegaron a Japón y se afincaron allí en la antigüedad. La lengua japonesa está emparentada con el idioma de los mongoles y los tungus. Los japoneses están lingüística y étnicamente relacionados con esos dos pueblos nómades a través de la península de Corea. Pero el hecho de que pueblos étnicamente emparentados con los japoneses formaran naciones nómades no implica que estos lo fueran.

El japonés tiene una sola palabra que signifique ‘caballo’ (uma), y ello contrasta con el mongol, que presenta varias. Esta riqueza de vocabulario es claro indicio del papel del caballo en la cultura mongola. En general el japonés tiene menos maneras de nombrar a los animales que los idiomas de otros pueblos.

Pero posee muchas palabras para los fenómenos naturales, especialmente la lluvia. También tiene muchas palabras para los peces. Para los japoneses de antaño, la lluvia que nutría los arrozales y los peces que les brindaban proteínas eran los temas de importancia vital. No parecen haber tenido el mismo interés en los otros animales. 

En la historia japonesa no hay esclavitud ni ciudades-estado. El Japón no tuvo un período donde dominara una cultura basada en la cría de ganado. Tampoco tuvo la experiencia de una agricultura asistida por animales. Las peculiaridades del clima y el terreno implicaron que los antiguos japoneses nunca experimentaron la cría de animales, un sistema de esclavitud en gran escala ni la ciudad-estado. Hizo de los japoneses gente muy cauta e igualitaria, recelosa de las relaciones donde hubiera extremos de dominio y sumisión.

Sólo Japón tenía ciudades sin murallas. Había ciudades junto a los castillos, pero no ciudades dentro de los castillos.

La gente encaraba la guerra con relativa tranquilidad. Está documentado que gran parte de la población rural se acercaba a los campos de batalla del siglo dieciséis para presenciar el combate. Grandes muchedumbres se reunieron en las colinas para observar la gran batalla donde se decidió quién controlaría la carretera de montaña de Shizugatake. El victorioso Hashiba Hideyoshi compró sombrillas a los espectadores y se las dio a los heridos para protegerlos del sol.

Si la gente actuaba de esa manera durante el violento período del País en Guerra, la tensión debía ser menor en otras épocas. Los gastos militares japoneses eran bajos. En consecuencia, los impuestos también debían ser bajos y la conscripción infrecuente. La relación entre estado (gobierno) y la gente (ciudadanos) se formó dentro de ese contexto.

 

LA PROTECCIÓN DEL MAR

 

Una posición geográfica singular. El cálido clima del archipiélago japonés y su terreno abrupto y montañoso ejercieron profunda influencia sobre sus habitantes. Pero el entorno natural no se limita a estos dos factores. También fue decisivo el hecho de que el Japón estuviera rodeado por un mar que lo separaba del continente asiático y de que abarcara cuatro islas grandes y próximas que conformaban una entidad con cohesión geográfica.

Si el estrecho que separa a Japón de la península de Corea y la China continental fuera tan angosto como el estrecho de Dover o tan ancho como el de Taiwan, la historia y la cultura japonesas habrían sido radicalmente distintas, aunque todos los demás factores fueran iguales. El canal de Mozambique es mucho más difícil de cruzar que los estrechos de Tsushima y Corea, y Madagascar, culturalmente, quedó aislada.

Japón es único en su proximidad a una civilización avanzada y su integridad geográfica. Esto tuvo repercusiones cruciales en su historia.

Intercambio cultural sin penetración política. La primera mención del pueblo japonés en la historia escrita figura en la Historia de la segunda dinastía Han del año 57 de nuestra era.

El mar que separaba el Japón del continente se podía cruzar con la tecnología marítima de esos tiempos. No obstante, también tenía la anchura suficiente para impedir el desplazamiento organizado de muchedumbres o ejércitos. La tecnología marítima de esos antiguos tiempos no permitía que una flota cruzara el mar Oriental de la China o los estrechos de Tsushima y Corea para llegar en buenas condiciones a la costa. Esto imposibilitaba la invasión militar de Japón. La isla podía interactuar con la tierra firme y recibir conocimientos y cultura, pero los grandes movimientos de personas y las incursiones militares organizadas eran imposibles.

Los efectivos mongoles de 1281 llevaban muchos caballos, pues planeaban librar una guerra de caballería. Cuando llegaron a Japón, sin embargo, encontraron poco espacio para desembarcar los animales. No hubo otro intento organizado de invadir Japón hasta la Segunda Guerra Mundial. En Japón no se libraron grandes batallas con pueblos extranjeros. Hubo pocas corrientes inmigratorias y pocos conflictos graves entre los habitantes establecidos y los recién llegados.

 

Comunidades aldeanas unidas por el cultivo del arroz. Pocos obstáculos se oponen al desplazamiento entre las cuatro islas principales que componen el archipiélago japonés. El archipiélago siempre fue un solo país.

No hay noticias de ningún reino independiente dentro del archipiélago japonés desde el establecimiento de la corte Yamato en el siglo siete. Antes que los japoneses desarrollaran el concepto de estado, ya pensaban naturalmente en Japón como una entidad única e integral. Esta característica contribuyó a que se desarrollara como nación homogénea.

Como los canales estaban conectados, todos debían trabajar en conjunto para reparar los caminos y terraplenes. La vida y el trabajo colectivos eran una necesidad constante e inculcaron en los japoneses un espíritu de cooperación. En esto eran diferentes de los pueblos que arreaban animales por las planicies o cazaban en los bosques, pues en estos casos era concebible que una familia sobreviviera sola cazando su propio rebaño.

El proverbio inglés ‘la sangre es más espesa que el agua’ (en alusión a la importancia del parentesco consanguíneo) debe invertirse en Japón, donde el agua es lo más importante. Es un lazo con la tierra, una relación donde todos comparten el flujo del líquido vital entre los campos; la sangre es un lazo con los parientes, y sólo se comparte con los padres y ancestros.

En el antiguo Japón, la sensación de pertenencia se relacionaba con el agua y el grupo que cultivaba el arroz. El método de producción de alimentos y la estructura social hicieron de esto una necesidad. La adopción de niños que no tenían relación de consanguinidad era muy común, y la preservación del medio de producción –tierra, casa, reputación- era lo más importante.

 

Una sociedad sin líderes fuertes. El cultivo del arroz que Japón adoptó desde los inicios de su historia requería un trabajo colectivo diligente. Era preciso repetir las mismas tareas año a año, y no era necesario decidir cómo reaccionar ante cambios repentinos. La China y la India también tenían una cultura del arroz, pero extraían el agua de sistemas fluviales que periódicamente desbordaban o provocaban conflictos con otros pueblos que compartían ese recurso. Los japoneses tenían valles angostos y ríos pequeños que pertenecían a la misma comunidad, así que la experiencia y la tradición eran más importantes que las decisiones rápidas, lo cual se habría requerido si las guerras, incursiones e inundaciones hubieran sido frecuentes.

Como nunca se habían dedicado a la cría de animales, los japoneses carecían de experiencia en relaciones de dominio y sumisión. No es sorprendente que desarrollaran una cultura de labor conjunta, con gran énfasis en la importancia del grupo. El mar protegía al Japón de las invasiones extranjeras y había pocos conflictos que impulsaran al común de la gente hacia la guerra. No se valoraba mucho, pues, ese liderazgo fuerte que tanto se requiere en tiempos de guerra.

En sus líderes los japoneses no buscaban energía y previsión, sino una serenidad que contribuyera a realizar el cultivo del arroz sin sobresaltos y un espíritu de autosacrificio que diera un ejemplo de contracción al trabajo. No es sorprendente que llegaran a creer que una mayor aptitud no daba derecho a un mayor ingreso o consumo. Los japoneses de hoy son obsesivamente igualitarios.

La pauta más objetiva y menos controvertida es la edad. La edad es fácil de correlacionar con la experiencia. El sistema de la edad es la mejor garantía de gobierno apacible. Si se escoge un dirigente por su capacidad, el grupo deberá debatir acerca de quién es más capaz. Y cuando una persona capaz tiene liderazgo, impone su autoridad y concentra poder. Ello no sólo despierta la envidia de los demás integrantes del grupo, que pierden algunos derechos, sino que siembra rivalidad entre personas que compiten para ser los nuevos dirigentes. Para evitar esto, los japoneses siempre prefirieron eludir el liderazgo fuerte de los dirigentes de capacidad excepcional.

En la Europa Occidental, Inglaterra había visto los caballeros de la Mesa Redonda, vasallos del rey Arturo, como símbolo de que no se dejarían dividir. En la superficie, la forma de la mesa es similar, pero en el caso japonés se negaba la idea de liderazgo, mientras que en el inglés se procuraba fortalecer la colaboración, la lealtad y la relación con el líder.

Por lo tanto, si las aldeas japonesas no requerían líderes y como Japón era una suma de dichas comunidades, no necesitaba un Estado como estructura de autoridad. Los japoneses no tenían, hasta el inicio del proceso de modernización del período Meiji y adoptado bajo el modelo del imperialismo occidental, un concepto de Estado.

La cooperación entre el gobierno y los ciudadanos como resultado de intereses comunes. El aislamiento de Japón favoreció la colaboración entre el estado y la ciudadanía. Los bajos costos militares y los bajos impuestos contribuyeron a crear una creciente red de connivencia.

La tasa impositiva sobre los bienes raíces, por ejemplo, es del 1,6 por ciento, y llega al 2,4 por ciento cuando se incluye el impuesto de planificación urbana para ciudades grandes. El valor estimado de la tierra sobre la cual se cobran esos impuestos, sin embargo, ronda el 30 por ciento del valor actual del mercado. Si el impuesto a la propiedad respetara los valores actuales, los propietarios pronto estarían en bancarrota.

Cuando se estima el impuesto de sucesión, la tierra vale el doble que cuando se estima el gravamen a la propiedad. Cuando se determinan impuestos a las ganancias sobre bienes raíces o adquisición de éstos, la tierra vale el triple que cuando se estima el impuesto sobre la propiedad.

Pero hubo otro factor importante que engendró este sistema; salvo por los pocos años de la segunda posguerra, los japoneses nunca estuvieron gobernados por un pueblo extranjero. A través de la historia, tanto los gobernantes como los gobernados han sido japoneses.

La gente que crece en el mismo entorno, con las mismas tradiciones y esquemas laborales, tiende a desarrollar perspectivas comunes en lo ético y lo estético. Es lo que ha sucedido en Japón. Cuando un ciudadano hace una solicitud al gobierno, la decisión es normalmente la que espera el solicitante. Los japoneses han desarrollado el hábito de apelar a sus superiores para buscar soluciones a sus problemas. En Japón la perspectiva ética del pueblo y de los funcionarios es la misma, y ambos ven las mismas cosas como virtudes. Las diferencias que existen entre ambos representan ante todo distintos puntos de vista, no éticas conflictivas. Esta situación no se aplica cuando gobernantes y gobernados pertenecen a pueblos distintos, como en la dinastía Yuan, cuando los mongoles gobernaban China, y durante la dinastía Qing, cuando gobernaban los manchúes.

 

SINTOÍSMO Y BUDISMO: DOS RELIGIONES A LA VEZ

120 millones de sintoístas, 120 millones de budistas.

‘¿Cuántos budistas hay en Japón?’

‘Ciento veinte millones’.

‘¿Y cuántos sintoístas?’

‘Ciento veinte millones.’

‘¿Cuál es la población de Japón?’

‘Ciento veinte millones.’

Casi todos los japoneses tienen una boda sintoísta y un funeral budista. Visitan los altares sintoístas para las plegarias de Año Nuevo y los templos budistas para el Festival Bon de los Muertos, y algunos incluso celebran la Navidad. Masayoshi Ohira, el único primer ministro cristiano de Japón, oraba en el famoso Altar de Ise, participaba en danzas Bon y meditaba en templos Zen. Los japoneses no sienten el menor atisbo de mala conciencia ante esa conducta.

Se ha intentado explicar calificando su conducta de panteísta, pero semejante conclusión no sólo es errónea sino que multiplica los malentendidos. El budismo es una religión monoteísta tan estricta como el cristianismo. El sintoísmo es aún más panteísta que el hinduismo. Sin embargo los japoneses pueden creer simultáneamente en estas dos religiones tan dispares. Es un fenómeno extremadamente raro.

Al conciliar el sintoísmo con el budismo y el confucianismo, el príncipe Shotoku (574-622) no sólo eliminó los conflictos religiosos profundos en Japón, sino que erradicó toda creencia ferviente en religiones. En ese sentido, hizo de Japón la primera ‘sociedad secular’ del mundo.

 

SIN SENTIDO DEL BIEN ABSOLUTO

 

El bien y el mal como valores relativos. La práctica simultánea de varias religiones alentó el hábito de tomar de cada una de ellas sólo lo necesario, y erosionó la tendencia a creer en enseñanzas divinas absolutas e inviolables.

Dado que sólo hay unos seiscientos mil católicos estrictos en Japón, y la misma cantidad de afiliados al Partido Comunista, esas rígidas ideologías foráneas no parecen destinadas a florecer entre los japoneses. Las ideologías que proclaman valores absolutos y prohíben probar otros sistemas no pueden obtener más que un medio por ciento de adherentes en Japón.

Las guerras y conflictos políticos profundos de raíz religiosa se encuentran por doquier: árabes e israelíes, indios y paquistaníes, los católicos y protestantes de Irlanda. Los japoneses no comprenden que las diferencias religiosas puedan provocar conflictos violentos. Las diferencias de secta no tienen importancia. El vecino de al lado puede ser cristiano, el de enfrente puede ser budista de la Tierra Pura, el de arriba puede ser Soka Gakkai, los de abajo pueden ser musulmanes, pero nada de ello importa en la vida cotidiana. Alguien puede quejarse de que los tambores son muy ruidosos o de que entra y sale mucha gente, pero eso es todo.

Los japoneses creen más en la gente que en los dioses, cuyo carácter absoluto les resulta difícil de entender. Al no tener un conjunto inmutable de mandamientos, deben basarse en la ‘opinión de todos’. En otras palabras, si cambia el modo de pensar de todos, el sentido japonés del bien y del mal también puede cambiar. Esto ha sucedido muchas veces en la historia del Japón.

 

Los japoneses no encaran las culturas como sistemas. La industria automotriz de posguerra comenzó haciendo copias de modelos Austin y Renault. Hacer copias exactas es un buen modo de aprender la tecnología en que se basa el artefacto y también revela los defectos del diseño original. Estos defectos pueden corregirse valiéndose de la tradicional atención japonesa al detalle.

En China, el debate sobre el mérito de la introducción de tecnología extranjera se concentró en el temor de que las nuevas tecnologías se propagaran como reguero de pólvora, creando una sociedad moderna. Los chinos encaran las culturas como sistemas. Temen que la competencia y la desigualdad resultantes conduzcan a que las clases inferiores dominen la sociedad.

A Japón no le molesta realizar copias exactas porque estudia sólo la tecnología, ignorando los sistemas filosóficos de la cultura que la han creado. Así como las religiones, las economías se pueden examinar según sus elementos constitutivos, y seleccionar sólo los rasgos deseables.

La fórmula de los apologistas de la modernización era “alma japonesa, destreza occidental”.

 

Un país fácil de gobernar. Uno de los motivos por los cuales Japón es tan estable y la sociedad japonesa tan próspera es que los japoneses son muy gobernables. Manifiestan gran propensión al acatamiento, y esto se nota tanto en las bajas tasas de criminalidad como en el rigor de las regulaciones oficiales o la presencia universal de la guía administrativa.

La urbanización creciente va acompañada por tasas de criminalidad en descenso. Un desplazamiento de servicios en la economía no produce la expansión de una economía clandestina. Los japoneses dan estas cosas por sentadas, pero vistas desde una perspectiva internacional son muy raras. Lo mismo ocurre con la falta de resistencia a los impuestos.

Ni un solo japonés acusado de crímenes de guerra intentó escapar al exterior. Los japoneses son un pueblo indivisible. Muchos nazis acusados de crímenes de guerra huyeron al exterior. Los colaboracionistas franceses también huyeron al exterior, al igual que muchos monárquicos de Irán y muchos anticomunistas chinos y rusos antes que ellos. Cuando esta gente temió que el cambio de régimen pusiera en peligro su vida o su propiedad, escapó al extranjero. Más recientemente, gran cantidad de vietnamitas y camboyanos, incluso los que no ocupaban puestos importantes, huyeron al exterior. En el caso de Japón la huida al exterior es prácticamente inaudita. Los criminales de guerra japoneses no huían al exterior porque no creían tener esa opción.

La hondura de estos sentimientos es difícil de comprender para gentes de países donde conviven diversos grupos étnicos, o los que se encuentran en continentes donde las fronteras son variables: en suma, los países que no son Japón.

Gobernados que obedecen al gobierno, un gobierno que obedece a los gobernados.

 

 

CIUDADES SIN MURALLAS

 

La Gran Muralla se usaba de veras. Aunque la Gran Muralla ahora sea inútil, por cierto no lo era en la época de su construcción. Ella es sólo el más significativo de muchos ejemplos donde los japoneses no entienden las medidas defensivas adoptadas por los pueblos continentales. Los japoneses no tienen experiencia con la defensa militar, y ni siquiera la conciben.

En ninguna ciudad japonesa se construyeron murallas defensivas de piedra. Los japoneses son prácticamente el único pueblo del mundo que ha construido ciudades sin murallas. Las principales ciudades del mundo estuvieron rodeadas por murallas hasta que la aparición de la artillería las volvió obsoletas. Atenas, Roma, París, Bagdad, Delhi y Pekín estaban rodeadas por murallas de piedra. Más aún, una ciudad (polis) no era tal si no tenía murallas. La palabra china que designa la ciudad, cheng-shi, incluye el vocablo que significa “muralla”, cheng. La versión japonesa de la misma palabra jokamachi, que significa ciudad amurallada, describe la ciudad que está al lado del castillo, no dentro de sus murallas.

 

Los samuráis del período Tokugawa (1603-1868) no eran soldados. En la mayor parte de este período el Japón fue un país desmilitarizado en el sentido más estricto. Permaneció unificado y pacificado sin la existencia de organizaciones militares. Los samurais, supuestamente la clase dominante, no tenían poder militar y las revueltas las resolvían en negociaciones mediante la vía de la cooperación y concesión.

UNA CULTURA DE LA SIMPLICIDAD QUE EVITA LO ‘ANTINATURAL’

 

La misma lógica y la misma estética en toda la sociedad. Aislamiento respecto de otros países, pero gran cohesión interna; campos pequeños pero muy productivos en valles encerrados entre escarpadas montañas; temprano desarrollo de comunidades basadas en el cultivo del arroz; un pragmatismo que no encara las culturas como sistemas indivisibles; una sociedad homogénea donde gobernantes y gobernados son étnicamente similares: la combinación de este inusitado conjunto de condiciones típicas del Japón produjo un país pacífico con una fusión entre el gobierno y la población. Más aún, Japón desarrolló un entorno informativo que era compartido por todo el país, donde todas las clases sociales y regiones compartían la misma ética y estética.

 

La cultura de la simplicidad como sistema. Uno de los factores más citados para definir la cultura japonesa es lo que se denomina cultura de la simplicidad. El uso de madera rústica en la arquitectura japonesa y las técnicas utilizadas para resaltar las cualidades naturales de los materiales se suelen citar como ejemplos de esta estética.

La danza japonesa, por ejemplo, está compuesta por una serie de ‘movimientos naturales’ que se toman de la vida cotidiana. Salvo por una mínima influencia de la danza china, los tacos nunca se alzan por encima de los hombros, y no hay giros rápidos. Nunca hay nada tan deslumbrante como el puntillismo del ballet occidental ni las acrobacias de la Ópera de Pekín. La danza japonesa se puede considerar una ‘danza de la simplicidad’ que consiste totalmente en una serie de movimientos naturales. En música se usan desde antaño técnicas vocales naturales.

Lo mismo se aplica a las estatuas del Buda. Cuando se concluyó el Gran Buda de Nara, cada centímetro cuadrado estaba laminado con pan de oro. Debía brillar como el sol. Ahora esa pátina se ha ido y el hollín de muchos años de incienso cubre la estatua. Y es precisamente por esa cualidad que los japoneses de hoy se sienten tan prendados de su belleza.

La cultura de la simplicidad –que construye con madera rústica, reproduce los movimientos cotidianos en la danza, compone poemas sin rima y encuentra belleza en templos y estatuas donde se nota el paso e los siglos- busca la belleza en los materiales mismos. Cuando uno se abstiene de colorear y modificar las superficies, la selección del material cobra suma importancia. Se valoran el cedro sin nudos y la seda blanca y pura.

La sala japonesa de la Expo ’92 en Sevilla fue una representación sistemática de la ‘cultura de la simplicidad’. El edificio se construyó con madera rústica, y se usó origami en la muestra sobre el clima y el suelo japonés. Como en los tiempos antiguos, los japoneses son buenos para los detalles, pero ineptos para las expresiones extremas y las formas llamativas.

La cultura de la simplicidad es una característica básica y sistemática de toda la cultura japonesa, no sólo de la arquitectura y las artesanías.

 

Deformando las cosas para que luzcan ‘tal como son’. El origami, la artesanía en papel originaria del Japón, es otro ejemplo. Para los japoneses, una forma cuadrangular es natural para el papel. Los pliegues también se consideran más naturales que cortar y pegar. El placer del origami nacía de la creación de animales y objetos sólo mediante el plegado de papeles cuadrangulares. Como este método no permitía las curvas complejas, los animales y objetos representados debían alterarse.

 

Los japoneses son amantes de la ciudad. En los cuentos infantiles. En ellos, un final feliz habitual es “entonces se fueron a la ciudad”. Irse a las montañas o a una isla apartada es propio de los finales trágicos. Para los japoneses, las ciudades son los lugares donde se reúnen las riquezas y la gente atractiva.

Es lo opuesto de Europa, sobre todo la Europa del norte, donde los finales felices a menudo presentan a protagonistas que desaparecen en el bosque. Después de vencer al déspota de la ciudad, Guillermo Tell regresa al bosque. Viviendo en ciudades que estaban rodeadas por murallas, plagadas de regulaciones estrictas y ojos fisgones, los europeos consideraban los bosques un ámbito romántico donde uno podía encontrar una Bella Durmiente o un Príncipe Rana.

Aún hoy, muchos occidentales se retiran a la campiña, las montañas o la costa como recompensa por una vida de trabajo duro. Esta tendencia es muy fuerte entre escritores, estudiosos y artistas. Los japoneses que obtienen el éxito –ganando, por ejemplo, el premio Akutagawa, el galardón literario más codiciado del país- inevitablemente se mudan sin demora a Tokio.

 

ETICA LABORAL Y CULTURA DE LA FORMA

 

La ética laboral japonesa se basa en la filosofía Ishida[1]

 

“Todo trabajo es búsqueda de conocimiento. Trabajar de todo corazón en cualquier ocupación –agricultura, comercio- era un modo de templar el carácter. El trabajo era ante todo un medio para forjar el carácter y solo secundariamente una actividad productiva. Los seres humanos deben pues ser muy trabajadores. Un carácter firme sólo se crea con industriosidad”.

Esta filosofía alteró radicalmente el Zen, que no valoraba el trabajo sino la pobreza honorable y era extremadamente ascético y metafísico.

Hábiles para los detalles. La artesanía japonesa se extiende a zonas invisibles que constituyen la prueba de la diligencia del artista e incluso proclaman la nobleza de carácter de esa persona.

Aún hoy, la terminación del interior de una prenda, la textura de un plato de madera o el anverso de una soldadura son importantes en el mercado japonés. Muchos productos extranjeros que dejan que desear en estos detalles tienen problemas en Japón.

El secreto de la competitividad moderna de Japón en la exportación de productos industriales radica en estos detalles impecables. El diseño general se importa del exterior y el trabajo en detalle se realiza con típica diligencia japonesa para producir un producto de alta calidad. En Japón es difícil vender productos extranjeros porque carecen de atención a los detalles; además, sufren muchos desperfectos menores. Para que Japón se convierta en mercado internacional en el futuro, el mundo debe tener en cuenta esta característica de su mercado.

 

LOS LIMITES DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL EXTREMA: LA INMINENTE TRANSFORMACIÓN DEL JAPÓN

 

La comunidad optimizada para la industria hizo de Japón un país rico. Pero los precios son altos, los alquileres son caros, los trenes y aeropuertos están abarrotados.

Pese a haberlo escrito con anterioridad al momento más profundo de la última crisis japonesa, Taichi Sakaiya –hoy ministro de planeamiento- anticipa en su libro las reformas necesarias para superarla. Debajo de cada virtud revelada descansa el germen de su propia saturación. Más de un párrafo trasunta el peligro de que la estandarización de la educación eliminara no sólo los defectos sino también la individualidad, de que tanto la información como las actividades culturales se concentren en Tokio en detrimento de las regiones, así como del estancamiento de la élite burocrática. Los escándalos nacidos de la protección y la connivencia, así como el envejecimiento de la población, parecen augurar un futuro sombrío, si Japón no se lanza prontamente en búsqueda de la reforma.

El último elemento que contribuirá a la reforma japonesa –señala- es la cambiante estructura demográfica de la sociedad. En casi toda la historia humana, la proporción entre viejos (65 años o más) a jóvenes (15 años o menos) ha sido una constante de uno a cuatro. Las sociedades se basaban en esta premisa. La cantidad de personas que esperaban que la abundancia surgiera del crecimiento futuro superaba en amplio número a los que disfrutaban esa abundancia en el presente.

Pero si los japoneses aman a sus mayores y tienen la sabiduría de comprender el cambio de la estructura demográfica, las actitudes cambiarán para adaptarse a la nueva situación.

A medida que se transforme en una sociedad con ahorros más grandes que su producción, se pueden esperar grandes cambios en el entorno social y psicológico.

La tarea importante que enfrentan los japoneses es elaborar, como lo hicieron antes, una filosofía propia para resolver los problemas que los acucian.

 

EPÍLOGO

CÓMO ENTRAR EN EL MERCADO JAPONÉS

 

En 1960, cuando el autor ingresó en el MITI, Japón era en todo sentido una pequeña nación isleña del Oriente. Ese año exportó sólo 4.060 millones de dólares en bienes y tenía una importación de 4.490 millones. Sus exportaciones industriales sumaban sólo el 40 por ciento de las británicas y el 30 por ciento de las americanas. Y la mayoría eran textiles y bienes industriales livianos como juguetes.

El mayor problema del Japón de posguerra era cómo aumentar las exportaciones hacia la rica y grande América del Norte. La seda cruda había sido la principal exportación japonesa a Estados Unidos antes de la guerra, pero la popularidad del nailon en la posguerra hizo caer los precios mientras se estancaba la demanda.

Los japoneses creían que los americanos comprarían únicamente bienes suntuarios, así que al principio intentaron vender artesanías y juguetes caros, sin mayor éxito. Las empresas pequeñas y medianas de Japón observaron a las tropas americanas apostadas en su país durante la ocupación, y pronto notaron que los americanos compraban gran cantidad de bienes baratos que luego usaban y desechaban. Esto pasó a llamarse la ‘cultura desechable’. Los japoneses se embarcaron en la producción masiva de bienes de exportación sencillos –blusas, radios y bolígrafos que se comerciaban a un dólar la docena- que luego vendían a Estados Unidos.

La información sobre el mercado americano es muy fácil de obtener. Los americanos viven en países de todo el mundo, y gente de todo el mundo vive en Estados Unidos. La mayoría de los países aprenden mucho sobre Estados Unidos por medio de los compatriotas que han emigrado y sus descendientes. Gran cantidad de extranjeros vive allí para estudiar o hacer negocios.

Pocos extranjeros emigran a Japón. También existe una gran diferencia entre lo que los japoneses dicen y lo que piensan, lo cual dificulta el conocimiento de la vida cotidiana en Japón y del modo de pensar de sus habitantes.

La comunidad empresarial japonesa de hoy está orgullosa de los esfuerzos que ha hecho para penetrar en el rico mercado de Estados Unidos. Le resulta fácil criticar a los quejosos americanos por no trabajar con suficiente empeño para penetrar en Japón. Las empresas japonesas han luchado con empeño para conquistar un sitio en la mente del consumidor americano, y el gobierno japonés no ha reparado en esfuerzos para respaldarlas. Los japoneses han adaptado sus productos al gusto americano y han estudiado exhaustivamente las prácticas empresariales de Estados Unidos. Desde los doce años, el inglés es la materia más importante para un estudiante japonés.

Los americanos, en cambio, demuestran desinterés en Japón y el mercado japonés. No han vivido, como los japoneses, la experiencia de observar a miles de extranjeros apostados en su país como tropas de ocupación.

TRES OBSTÁCULOS

Para la mayoría de los extranjeros Japón es un enigma, una caja negra que escupe productos industriales a borbotones. Los empresarios que procuran introducir productos en el mercado japonés perciben complejos obstáculos en su camino. La isla de Japón está rodeada por un prohibitivo sistema legal, peculiaridades del mercado y pautas distintivas de interacción humana. Estos factores aíslan a Japón mejor que el mar.

El sistema legal se ha vuelto más flexible en los últimos veinte años. Las barreras tarifarias y las regulaciones comerciales se han aligerado y ahora, en los papeles, no son más restrictivas que las de América del Norte y Europa. Desde 1992 Japón restringe las importaciones de sólo veintidós categorías de productos, todos los cuales son agrícolas.

Pero ello no significa que el mercado japonés esté abierto. Japón posee muchas características que impiden que las empresas extranjeras, y a veces las mismas japonesas, se sumen a los mercados existentes. Muchos artículos escolares y deportivos, por ejemplo, respetan minuciosas pautas fijadas por el Ministerio de Educación o por consejos de educación locales. Los automóviles deben cumplir con estrictos requisitos sobre gases de escape que obligan a someter los coches importados a costosas modificaciones. Como sociedad optimizada para la industria, Japón es una maraña de pautas y regulaciones.

La segunda barrera es la idiosincracia de los consumidores y empresarios japoneses, que tienen su propio sistema de valores. En Japón, la calidad es más importante que el precio. Las pautas que usan para juzgar la calidad no son las mismas que usan los occidentales. De esta diferencia estética surge lo que podríamos denominar un ´problema de diseño’. Los japoneses someten a un intenso escrutinio los detalles y el envase, lo que se extiende a las grandes empresas. Un producto que no está perfectamente terminado habla mal de los gerentes y empleados de la empresa. Una terminación defectuosa es una bandera roja que advierte a los japoneses sobre la posibilidad de esos desperfectos menores que tanto aborrecen. El empacamiento y el envoltorio, las etiquetas y marcas son la carnada que atrapa al consumidor japonés.

El tercer obstáculo es la interacción social. En las organizaciones japonesas, la autoridad está diseminada hasta los niveles más bajos, y las opiniones de los que están en contacto directo con la clientela tienen más peso que las del presidente. Para forjar una relación con una empresa japonesa, es más importante entablar una buena relación con el encargado de compras, hablando de la vida familiar y la educación de los hijos, que jugar golf con el presidente.

El mercado japonés de hoy sigue siendo difícil para los empresarios extranjeros, pero ya no es un mercado cerrado. Las empresas extranjeras que estén pensando en el Japón deben tener en cuenta que el éxito es totalmente posible.


[1] Ishida Baigan (1685-1744), filósofo japonés que creía en un sentido innato del deber