Si bien es cierto que supimos levantarnos de cada caída, de lo que se trata es de no permitirnos volver a caer.
Carlos Raimundi para El Cohete a la Luna
“Los subtes se van a llenar de negros”
Sábado 26 de octubre de 2019, tarde diáfana, calma por la veda electoral, sin protestas sociales ni cortes de calles. Aparece en las redes sociales una fotografía enviada por una adolescente de clase media, buena estudiante, y cuya familia seguramente le haya impartido una serie de valores para su futuro trabajo y su vida de relación, que en alguna medida puede ser parecida a la que nosotros impartimos a nuestras hijas e hijos. Sin embargo, hay una construcción de sentido en la que diferimos sustantivamente. El comentario que acompañaba la fotografía de un plácido viaje en uno de los nuevos vagones del subte de Buenos Aires decía lo siguiente: “Aprovechemos estos vagones casi vacíos en estas últimas horas, porque en las elecciones de mañana va a ganar la ´kachorra´ y se van a volver a llenar de negros”.
El próximo gobierno tendrá que atender cuestiones acuciantes, verdaderas urgencias, verdaderas tragedias, como por ejemplo devolver las cuatro comidas diarias a miles de familias que no pueden obtenerlas, devolver medicamentos a adultos mayores y otros enfermos cuyas obras sociales se los han retaceado, devolver el trabajo a familias que lo han perdido. Nadie duda de que esto es lo más apremiante. Pero si me preguntan qué es lo más profundo, echaría mano de ese tweet de la adolescente que pinta en pocas palabras toda una concepción de la vida. Es contra ese elitismo, contra ese racismo, contra ese desprecio al porte físico de algunos o algunas compatriotas, contra ese negarle derechos, contra ese atribuirles una cultura de la holgazanería, contra ese considerarlos vagos irrecuperables que no tienen por qué tener derechos porque viven de la asistencia estatal, forjada con lo que el Estado abruma a esas clases medias que tuvieron la suerte de estar más acomodadas, y que ni mosquean cuando sus impuestos son dilapidados a través del vaciamiento de las reservas del Banco Central o cuando financian los depósitos de muchos funcionarios y empresarios en las guaridas fiscales.
En esa frase, en esa concepción, en ese conjunto de paradigmas lógicos y éticos con los cuales determinados sectores de nuestra sociedad no necesariamente pudientes construyen su visión del mundo, de la realidad y de su relacionamiento con el resto de la sociedad, es donde están las razones más fuertes del 40% obtenido por el neoliberalismo. Un 40% que debe preocuparnos pero no sorprendernos, porque es un porcentaje similar al que obtuvieron sumadas las dos propuestas neoliberales que compitieron en 2003, la de Menem y la de López Murphy, poco tiempo después de acaecida la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001.
22.000 millones de dólares
Una pregunta esencial es si Macri hubiera obtenido el mismo porcentaje de votos si el dólar se hubiera disparado antes de las elecciones mucho más de lo que se disparó. La respuesta es contundente: “no”. Porque él basó sus últimas esperanzas en un resultado digno, únicamente en la estabilidad del dólar. Con el objetivo de contener el precio del dólar, apeló a una inédita intervención del Banco Central en los mercados, que implicó una salida de nada menos que 22.000 millones de dólares entre la fecha de las PASO y la elección general. Un 40% del dinero del FMI. Esas reservas que todas las argentinas y argentinos debemos defender con mucho esfuerzo, sólo sirvieron a dos objetivos concurrentes: garantizar la fuga de los especuladores y financiar el último tramo de la campaña presidencial.
Esto es lisa y llanamente escandaloso y diabólico, pero no fue objeto de crítica alguna de parte de la prensa hegemónica, que hubiera saltado por las nubes si el Banco Central durante un gobierno popular hubiera utilizado reservas, aun cuando fuera con fines encomiables. Una prensa que sostiene retóricamente el concepto de un Banco Central independiente, pero que se calla cuando solventa la campaña electoral de un candidato afín a sus intereses, permitiendo la ominosa fuga de miles de millones de dólares cuyo destino es defender el trabajo y la producción argentinas.
“Lo peor es la corrupción”
Cada vez que ella le hace un comentario sobre lo mal que están las cosas con el macrismo, la acompañante terapéutica de mi mamá no tiene más remedio que aceptarlo a regañadientes porque comprueba que esas tragedias cotidianas están antes sus ojos, pero siempre termina respondiendo: “Sin embargo, lo peor es la corrupción.” No le dice explícitamente que Cristina es una chorra, porque sabe que mi mamá no se lo admitiría, pero la insinuación es clara. De nada le importa si se ha inventado un juicio a partir de fotocopias de unos originales que desaparecieron (que es como si se culpara a alguien de homicidio por el solo hecho de encontrarse una fotografía de un cuerpo inerte aunque nunca se lo cotejara con la realidad). Sólo repite como lorito. Nada le importa que se haya inventado una causa por enriquecimiento a raíz de los contratos de dólar a futuro donde se inculpó a funcionarios del gobierno anterior, siendo que quienes se habían enriquecido fueron los funcionarios del gobierno actual. Ni que se haya silenciado el vaciamiento de reservas del Banco Central por fuga de divisas. O haber puesto al frente del manejo de la energía a gerentes de multinacionales energéticas para que formulen desde el Estado políticas al servicio de sus empresas. Eso nunca fue planteado por la verdadera cadena nacional de medios como un hecho de corrupción.
De nada importó el escarnio público sobre determinadas personalidades políticas que pasaron meses y hasta años detenidas sin condena y sin que se haya comprobado su culpabilidad a lo largo de decenas de audiencias judiciales, porque la verdadera cadena nacional de medios hegemónicos como parte de esa misma especulación financiera, tuvo la necesidad de construir a través de una suma indefinida de ficciones la culpabilidad pública de esas personas, comenzando por la propia ex Presidenta, aunque nunca se le encontraran razones para una condena judicial.
Tener cientos de millones de dólares en cuentas no declaradas en el exterior, de modo de evadir impuestos que deberían haber cumplido funciones sociales en beneficio de la precaria situación de esa misma acompañante terapéutica de mi mamá, no es tenido en cuenta por ella como un acto de corrupción. Ella sólo repite… Tal vez podríamos convenir en que lo peor es la corrupción, esa corrupción estructural sobre la que el neoliberalismo se sostiene, y al mismo tiempo oculta a fin de perpetuarse.
Las encuestas
El mismo día de los comicios presidenciales se realizaron elecciones municipales en Colombia. Todas las encuestas en Colombia daban por ganadores a los candidatos a alcalde provenientes de las facciones de derecha. Sin embargo, en casi todas ellas, con resultados realmente sorprendentes cuyo detalle no es tarea de este trabajo, se impusieron postulantes del polo político progresista, rompiendo los esquemas premoldeados por el sistema político tradicional colombiano. Del mismo modo, las encuestas en la Argentina previas a las PASO presagiaban un resultado mucho más ceñido que el abultado triunfo del Frente de Todxs. Quizás, tomándose de eso, sumado al desmadre de las variables económicas y a la proverbial ineficiencia de la mayoría de encuestadoras, los sondeos previos a la elección general presagiaban una ventaja del Frente de Todxs más abultada de lo que finalmente resultó. No creamos más en encuestas hasta tanto den testimonio de que son efectuadas cumpliendo los requisitos fundamentales de calidad. Lo cual las haría tan costosas que pedirles esos requisitos de calidad parece realmente imposible.
El vendedor y el pastelero
Viernes 26 de octubre. Un trabajador de aspecto muy humilde y con aparentemente pocos recursos intelectuales, porta una canasta de mimbre llena de sándwiches para venderlos en un semáforo de una avenida platense, a pocos metros de una fábrica de galletitas, una empresa familiar. El dueño de la fábrica también es un trabajador y su esposa lo complementa en las tareas administrativas. En el diálogo que me tocó presenciar casual y pasivamente, el vendedor de sandwiches decía que el peronismo le quitó poder adquisitivo al trabajador (sic), porque dándole facilidades lo apartó de la cultura de trabajo. El fabricante de galletitas asentía. El vendedor inició la frase siguiente tratando de explicarle al pastelero cómo es la situación de los trabajadores en los Estados Unidos. Yo no tenía tiempo material para intervenir apropiadamente en la conversación y me alejé con esa última frase. Una idea tan colosalmente alejada de la realidad sobre el peronismo y una descripción tan categórica sobre cómo se vive en los Estados Unidos dicha por alguien que sin duda jamás había tenido la oportunidad de comprobarlo, no podían ser reparadas por una intervención puntual de mi parte. Años de escuela pública, de ética solidaria, de prédica cooperativista, son necesariamente las que se encargarán de encauzar ese tipo de conversaciones para modelar otro perfil de sociedad, más cohesionada, más solidaria, más involucrada en el desarrollo colectivo, menos individualista, con más apego de clase y con menos expectativas aspiracionales de pertenecer a una clase superior a la que precisamente ese mismo modelo individualista y fragmentador le permitiría alcanzar.
Fortalezas y debilidades de la unidad
En el acto de cierre de campaña en Mar del Plata, al nombrar a la candidata a intendenta Fernanda Raverta y al candidato a gobernador Axel Kicillof, Cristina planteó que no se trataba de meros integrantes circunstanciales de un frente electoral, sino de dos militantes que se habían opuesto desde el primer día a las políticas neoliberales sin reparar en los costos políticos o personales que ello demandara, haciendo simple honor a sus convicciones, a su creencia en un proyecto popular. El Frente de Todos, que promete cambiar el rumbo del país a partir de una fuerte convocatoria a la unidad, está compuesto fundamentalmente por militantes con convicción pero también por quienes cuando los vientos soplaron y cuando los vientos soplen en otra dirección no dudarán en seguir el rumbo de los vientos políticos y no de convicciones profundas. Sepamos esto porque forma parte de las debilidades y de las heterogeneidades que tendremos que afrontar a lo largo de todo este proceso de reparación y de transformación que se iniciará con la llegada del nuevo gobierno.
No obstante, es precisamente esa unidad entretejida por la política entre el poder territorial de gobernadores e intendentes, el grueso de los sectores sindicales más cercanos a unificarse, los movimientos sociales y los sectores de la economía social y el empresariado nacional, predominantemente pequeño y mediano, la que podrá interpelar a los poderes fácticos con mucha más fuerza que si se tratara sólo de un frente político.
“Prefiero morirme de hambre”
El desclasamiento cultural, esto de pertenecer a una clase castigada y pensar políticamente como la clase opresora, tiene sus límites. Hemos escuchado reiteradamente la frase: “Prefiero cagarme de hambre antes de votar a la chorra”, como queriendo aludir a que se priorizan valores morales y supuestamente institucionales antes que valores materiales, demagógicos y populistas. Allí encuentro uno de esos límites. Nadie que padezca hambre va a tener otra prioridad que salir de esa condición. Los que acuñaron esa frase están muy lejos de haberlo vivido en carne propia alguna vez. Una vez más, el poder fabrica un discurso para penetrar en algunos sectores medios, pero en este caso se trata de una sentencia artificial que choca con sus propios límites.
No es sólo en la Argentina
La prédica del individualismo en pos de una sociedad fragmentada, el rechazo a lo solidario, a lo colectivo, a lo popular, el aferrarse a una expectativa de vida proveniente de las clases más altas, a partir del endiosamiento del mercado como organizador no sólo de las relaciones económicas sino de las afectivas y de toda la vida de relación en general —todo lo cual es un escollo a la potencia de los proyectos populares que llegaron a su esplendor en la primera década de este siglo— no constituyen un fenómeno puramente argentino. Evo, con todo lo que hizo por Bolivia, logró un desempeño electoral claramente menor a la anterior elección presidencial; el Frente Amplio uruguayo tiene posibilidades de dejar el gobierno en manos de una coalición conservadora; las movilizaciones de Chile deberán encauzarse dentro de un nivel mayor de articulación política y social, para perdurar en el tiempo y modificar las estructuras de poder; todos conocemos la delicada situación en Venezuela y algo parecido a lo de Chile ocurre con las movilizaciones en Ecuador. Al mismo tiempo, nuevas vertientes de centroizquierda se afianzan en México, Colombia y Perú. Así que el ciclo está abierto y no es menor el triunfo electoral de la Argentina. Nos hubiera gustado que fuera más abultado, nos hubiera gustado que un gobierno tan nefasto y saqueador como el de Mauricio Macri no contara con el 40% de apoyo electoral, pero es parte de la realidad que vivimos y como tal tendremos que afrontarla. Tendremos que llevar adelante una agenda de reivindicaciones materiales y tangibles, pero también una agenda que apunte a resolver los componentes simbólicos que han llevado a votar por Macri. Hay que recordar que hasta no hace mucho teníamos la sensación de que el ciclo neoliberal iba a ser más largo y sin embargo, aunque sea parcialmente y reste mucho, los pueblos latinoamericanos se han despertado, cada uno con sus reivindicaciones particulares pero todas ellas articuladas por el objetivo que Cristina sintetiza con la idea de democratizar la economía, bajo el común denominador de la inviabilidad de las recetas neoliberales.
No será todo lo profundo y combativo que desearíamos en términos ideales, pero expresa una memoria de lucha, una reserva de movilización y organización, una conciencia de inclusión, reivindicación y ampliación de derechos que el neoliberalismo no podrá atropellar. Es una plataforma nada despreciable para recomenzar.
Y si bien es cierto que, como dijo Alberto, nos hemos sabido levantar de cada una de nuestras caídas, de lo que se trata no es de hacer un culto a ese “sabernos levantar”, sino de no permitirnos volver a caer.
Publicación original en El Cohete a la Luna