GOBIERNO, CONFLICTO Y SENTIDO COMÚN
Objetivamente, estamos ante una clara disputa de intereses económicos y políticos. Quienes manejan los hilos del conflicto, ya sea el gobierno como los dirigentes rurales más lúcidos, saben que es así. Pero, subjetivamente, “la gente”, no se sitúa de un lado o del otro, por sentirse un actor macroeconómico, sino por sensaciones e intereses más sencillos: si su comercio vende o no vende, si aumentan o no los precios, si se frena una operación económica, si encuentra en las góndolas todas las marcas que estaba habituado a encontrar.
En otro plano en que la sociedad no hace lecturas sofisticadas es cuando compara discurso con realidad. Es aquí donde yo tiendo a compartir algunos enunciados oficiales, como que el Estado tiene un papel regulador de la economía, y, con más razón aún, en la distribución del ingreso. Pero cuando compruebo el destino real de los subsidios o la eficacia en la asignación de los recursos obtenidos por retenciones, en términos de obra pública o de servicios esenciales como escuelas, hospitales, rutas, gas o electricidad, es ahí donde entran a calar hondo en el sentido común de la clase media, sensaciones como la ineficacia, la mentira y la corrupción. Porque es allí donde mucha gente ve que los recursos no llegan, que algún funcionario se queda con una parte, o que los reparte si el beneficiario se humilla ante él. La tirria contra las retenciones sería mucho menor en el “humor” social, si se vieran sus resultados de manera concreta. Y es aquí, también, que toman cuerpo conceptos que no son necesariamente exactos, pero de los que el humor social se apropia, como: “no me arrebaten el dinero, déjenmelo administrar a mí que lo voy a hacer mejor que Uds”.
En este mismo sentido, mucha gente no ha tomado partido específicamente por causa de “las retenciones”, sino por otros destratos y mentiras, como el INDEC, el tren bala, las coimas de De Vido, etc.
Aunque sea una verdad de perogrullo, el mensaje de los medios también cala muy hondo. Cuando se parte la pantalla, y en una mitad está la presidenta, que, me guste o no, tiene determinada legitimidad, y del otro lado se pone al dirigente de una entidad de una provincia, a negar con la cabeza cada palabra de la presidenta, hay un mensaje visual mucho más contundente que mil palabras de un cronista. “Gobierno vs. campo” pone en un plano de igualdad dos legitimidades, que, institucionalmente, están en planos distintos. Al situárselos “bis a bis”, pasa de ser un conflicto sectorial a ser un conflicto político. Al ser un conflicto político, se monta la oposición, oportunistamente, y pese a su impotencia y desarticulación, se reposiciona.
Si me preguntan si creo que detrás del conflicto hay intereses desestabilizadores, digo sí. Ahora bien, si también me preguntan si ello se resuelve tratando a todos quienes apoyan el conflicto de golpistas, ahí se comete un error garrafal. Un gobierno —este o cualquier otro— jamás puede ceder el lugar de la cordura, porque si lo hace, se corre el riesgo que se apropien de ella intereses, discursos y climas, similares a los que precedieron otras crisis de gobernabilidad.
En definitiva, el oficialismo debe registrar que en la definición de este conflicto, estar fortalecido ante la opinión pública es un factor tan determinante como las posiciones objetivas que se defiendan, y es aquí donde le computo errores muy serios, aún cuando pueda llegar a “doblegar” el paro agropecuario.
¿Que el gobierno puede “ganar” la pulseada por desgaste y por la fatiga de la sociedad? Sí, pero, ¿a qué precio? Al de dejar jirones de legitimidad en sectores que hasta no hace mucho lo apoyaban. Ante una oportunidad histórica como la que brinda el contexto actual, de fuerte demanda y buenos precios por lo que exportamos, un buen gobierno debería liderar una alianza estratégica entre el Estado y la producción, y no sentirse victorioso por haber derrotado a una parcialidad. Y esto no significa ignorar que con ciertos sectores hay una disputa por la distribución del excedente económico y todo lo que ello implica. Me refiero, más bien, a la necesidad de aislarlos, desde una alianza muy fuerte con el sentido común de la sociedad.
Objetivamente, estamos ante una clara disputa de intereses económicos y políticos. Quienes manejan los hilos del conflicto, ya sea el gobierno como los dirigentes rurales más lúcidos, saben que es así. Pero, subjetivamente, “la gente”, no se sitúa de un lado o del otro, por sentirse un actor macroeconómico, sino por sensaciones e intereses más sencillos: si su comercio vende o no vende, si aumentan o no los precios, si se frena una operación económica, si encuentra en las góndolas todas las marcas que estaba habituado a encontrar.
En otro plano en que la sociedad no hace lecturas sofisticadas es cuando compara discurso con realidad. Es aquí donde yo tiendo a compartir algunos enunciados oficiales, como que el Estado tiene un papel regulador de la economía, y, con más razón aún, en la distribución del ingreso. Pero cuando compruebo el destino real de los subsidios o la eficacia en la asignación de los recursos obtenidos por retenciones, en términos de obra pública o de servicios esenciales como escuelas, hospitales, rutas, gas o electricidad, es ahí donde entran a calar hondo en el sentido común de la clase media, sensaciones como la ineficacia, la mentira y la corrupción. Porque es allí donde mucha gente ve que los recursos no llegan, que algún funcionario se queda con una parte, o que los reparte si el beneficiario se humilla ante él. La tirria contra las retenciones sería mucho menor en el “humor” social, si se vieran sus resultados de manera concreta. Y es aquí, también, que toman cuerpo conceptos que no son necesariamente exactos, pero de los que el humor social se apropia, como: “no me arrebaten el dinero, déjenmelo administrar a mí que lo voy a hacer mejor que Uds”.
En este mismo sentido, mucha gente no ha tomado partido específicamente por causa de “las retenciones”, sino por otros destratos y mentiras, como el INDEC, el tren bala, las coimas de De Vido, etc.
Aunque sea una verdad de perogrullo, el mensaje de los medios también cala muy hondo. Cuando se parte la pantalla, y en una mitad está la presidenta, que, me guste o no, tiene determinada legitimidad, y del otro lado se pone al dirigente de una entidad de una provincia, a negar con la cabeza cada palabra de la presidenta, hay un mensaje visual mucho más contundente que mil palabras de un cronista. “Gobierno vs. campo” pone en un plano de igualdad dos legitimidades, que, institucionalmente, están en planos distintos. Al situárselos “bis a bis”, pasa de ser un conflicto sectorial a ser un conflicto político. Al ser un conflicto político, se monta la oposición, oportunistamente, y pese a su impotencia y desarticulación, se reposiciona.
Si me preguntan si creo que detrás del conflicto hay intereses desestabilizadores, digo sí. Ahora bien, si también me preguntan si ello se resuelve tratando a todos quienes apoyan el conflicto de golpistas, ahí se comete un error garrafal. Un gobierno —este o cualquier otro— jamás puede ceder el lugar de la cordura, porque si lo hace, se corre el riesgo que se apropien de ella intereses, discursos y climas, similares a los que precedieron otras crisis de gobernabilidad.
En definitiva, el oficialismo debe registrar que en la definición de este conflicto, estar fortalecido ante la opinión pública es un factor tan determinante como las posiciones objetivas que se defiendan, y es aquí donde le computo errores muy serios, aún cuando pueda llegar a “doblegar” el paro agropecuario.
¿Que el gobierno puede “ganar” la pulseada por desgaste y por la fatiga de la sociedad? Sí, pero, ¿a qué precio? Al de dejar jirones de legitimidad en sectores que hasta no hace mucho lo apoyaban. Ante una oportunidad histórica como la que brinda el contexto actual, de fuerte demanda y buenos precios por lo que exportamos, un buen gobierno debería liderar una alianza estratégica entre el Estado y la producción, y no sentirse victorioso por haber derrotado a una parcialidad. Y esto no significa ignorar que con ciertos sectores hay una disputa por la distribución del excedente económico y todo lo que ello implica. Me refiero, más bien, a la necesidad de aislarlos, desde una alianza muy fuerte con el sentido común de la sociedad.