LA POLÍTICA TRADICIONAL O EL FUTURO (Publicado en el diario "Diagonales" de La Plata, el domingo 5 de septiembre de 2010, pág. 7)
Por Carlos Raimundi*
En primer lugar, no hablo desde la infalibilidad, sino que estoy tan sujeto a críticas como cualquiera. Como atenuante, puedo decir que yo mismo he hecho mi autocrítica pública por lo que considero errores en mi vida política, por un lado, y, por otro, que nunca di un paso especulando con obtener protección del poder, sino que siempre asumí el desafío de construir una fuerza nueva, progresista, estable, desde la nada.
Todo lo que aquí pueda decir no debe interpretarse como peyorativo ni agraviante. No es eso lo que corresponde, y, además, no hace falta. Mi opinión parte –más  bien- de una profunda diferencia de concepto, respecto de cómo mirar la política, de cómo encarar un necesario debate entre las responsabilidades de la política tradicional y la construcción del futuro.


El Acuerdo Cívico tiene, por decirlo de alguna manera, tres nutrientes. La primera, integrada por aquellos que no se han podido despegar de una actitud de radical ante a la realidad. No en términos teóricos, porque en ese plano se sacará a relucir el valor de la institucionalidad, la chusma yrigoyenista o la austeridad de Illia, con lo que coincido. A lo que me refiero es a un aspecto mucho más práctico, y es la percepción de la ciudadanía cuando el radicalismo gobernó: el desmanejo de la economía, la resignación frente a los factores de poder, la falta de anclaje territorial y sindical, la falta de ocupación del espacio público, todo lo que le ha impedido y le seguirá impidiendo consolidar una gestión de gobierno.
La segunda vertiente es aquella con la que alguna vez compartimos la expectativa de construir una fuera de centroizquierda autónoma, que primero terminó reabsorbiéndose en un partido tradicional, y por último asumiendo posiciones de derecha.
El tercer componente es el odio al gobierno. Y estos componentes no se unen en base a la confianza ni a un proyecto, sino a asesinar todo aquello que venga de la esfera oficial. Por último, en las tres ramas aparecen peleas internas que repercutirían muy negativamente si llegaran a un lugar de gobierno.
En definitiva, los veo con una debilidad muy ostensible para gobernar. A lo largo de todos estos 16 años que llevo fuera de la UCR, y sin resignarme a los sueños que tuve y tengo, he aprendido del “principio de realidad”, esto es, lo necesario que es contar con una fuerza política dura, sólida, que se banque grandes movilizaciones, que tenga una estructura territorial fuerte, con capacidad de bancar un proceso donde se enfrentan grandes intereses. Desde el Nuevo Encuentro, un nuevo intento por consolidar, de una vez por todas, un espacio progresista estable en el tiempo y no dependiente de una persona, estoy dispuesto a constituir una gran coalición capaz de gobernar la ciudad de La Plata, la Provincia de Buenos Aires, y el día de mañana también el país.
Quizá alguien pueda tildar de pragmática mi opinión. Pero quienes llevamos algunos años en la política hemos aprendido que la consigna no es descubrir un mundo nuevo sino transformar el actual. Lo primero implicaría creer que en algún lado se esconde un actor político abstracto, al que imaginamos hecho a la medida de nuestra interna partidaria, que está a nuestra espera pero al que nunca encontramos. Lo segundo implica no renunciar a ningún sueño, pero sí saber que el sujeto de la transformación es el pueblo que tenemos, con sus matices, sus grandezas y debilidades, y que es con él con quien debe emprenderse el camino. Impulsar cambios y progresos, pero a partir de reconocerlo tal cual es. A ese sujeto real, complejo, con claroscuros, de carne y hueso, el hombre y la mujer comunes, es a quien queremos representar.  

·    Secretario General del SÍ en Nuevo Encuentro