Carlos Raimundi reflexiona sobre los desafíos que la ausencia de Néstor Kirchner le genera a la sociedad en general, y al Gobierno en particular, para continuar con la profundización de las políticas de inclusión.
Por Carlos Raimundi (Nuevo Encuentro)
Dado que no cuento con información preferencial, la única guía de estas expresiones es mi ya no corta experiencia como testigo, por momentos calificado, de la política argentina. Testigo, que, paradójicamente, nunca compartió una conversación mano a mano con el ex Presidente.
Por la prudencia que hay que tener en estas horas, me limitaré a hacer un par de reflexiones. La primera: el actual proceso se apoya en dos grandes soportes. Por un lado, la ejecución de las políticas públicas y el discurso organizador de las mismas en cabeza de la Presidenta de la República. Por otro, el armado político-partidario y la contención a la ancestral arrogancia de los poderes fácticos, que estaba en cabeza del ex presidente recién fallecido. Si convenimos en que esto es –en líneas generales- así, la carencia se ha producido en uno solo de esos pilares, el último de los mencionados. La acción de gobierno propiamente dicha, está intacta, incluso fortalecida por el reconocimiento popular, y no hay motivos reales que justifiquen los grandes cambios de rumbo que ampulosamente anuncian los escribas del poder.
En consecuencia, la preocupación debería centrarse en el segundo de los aspectos. En este sentido, tanto la teoría social como la propia experiencia, indican que los liderazgos no se sustituyen por decreto, y menos aún por el voluntarismo de los posibles aspirantes. El liderazgo al que me estoy refiriendo, entendido como habilidad y autoridad para el disciplinamiento partidario, es fruto del reconocimiento público, y es muy probable que ese reconocimiento tarde mucho en centrarse en otra persona. ¿Cómo hacer, entonces, para “contener” a dirigentes con peso territorial y ascendiente sobre determinados núcleos militantes, de modo de alinearlos en una estrategia común y evitar así desbandes o actitudes narcisistas que debilitarían el proceso?
Profundizando las políticas concretas que tanto identificaron al pueblo que despidió a Néstor Kirchner, y gracias a las cuales su figura desató tantas y tan variadas y sinceras muestras de gratitud. Esto es, mientras tanto, o –más bien- en lugar de poner toda la energía en mantener el pegamento superestructural del “aparato”, plantearse como una manera de sostener e incrementar la adhesión popular la ampliación y consolidación de los logros en todos los niveles: blanqueando los empleos que persistan en negro, mejorando miles de jubilaciones mínimas, continuando con la escolarización de los más humildes. Y, por qué no, con políticas de desarrollo industrial de alto impacto, que afianzarían el amor de los propios y enamorarían a un grupo importante de los que no lo son, ensanchando la base social y política del modelo.
En definitiva, si falta el disciplinador político del peronismo, el desafío es redoblar el peronismo de contenido, para pasar definitivamente, irrevocablemente, de la práctica todavía corriente de los aparatos “donde hay una necesidad hay un puntero”, a la máxima de Evita “donde hay una necesidad hay un derecho”. Irreversible, inalienable.
La segunda reflexión es la siguiente. Después de muchas horas compartidas en la Plaza, en sus inmediaciones, en el interior de la Casa de Gobierno –vigilada hoy por semblantes como los de Tupaj Katari, Manuel Belgrano, San Martín, Simón Bolívar, José Martí, Eva Perón, el Che Guevara, Salvador Allende o el padre Romero- en distintos momentos del día y de la noche, pude corroborar claramente la vigencia del país real, profundo, que era el que le trasmitía fuerzas a la Presidenta, pero tal vez más aún le expresaba su agradecimiento al ex presidente.
Simultáneamente, los escribas del poder teorizan sobre el país virtual. Anticipan grandes cambios de rumbo, le forman a la Presidenta el nuevo gabinete, le dicen con quiénes le conviene juntarse y con quiénes no, le aconsejan los próximos pasos que debe dar y las políticas a seguir. Es entendible. Están tan habituados, luego de décadas de buenos resultados, a que lo que ellos escriben es lo que acto seguido hace obedientemente la política, que creen, o simulan creer, que eso va a volver a ser así. Que con la muerte de Kirchner se ha caído el muro que contenía sus avances y prerrogativas históricas, y que a partir de ahora todo “volverá a la normalidad”.
Nada debe hacernos pensar eso ni por un instante. No hay tregua posible en la disputa de hegemonía entre la política y las corporaciones, y menos aún cuando la política está revalorizada y revitalizada con el testimonio, el compromiso, la militancia y la ocupación del espacio público por parte de tantos millones de argentinos.
El desafío político de esta hora es, pues, más que cómo remplazar a Kirchner, cómo honrar su legado. Y esto sólo pueden hacerlo millones de ciudadanos activa y pacíficamente defensores de lo que consideran haber conquistado. Y por una conducción política ejercida desde la Presidencia de la Nación, que tenga la sabiduría de plasmar esas voluntades y conquistar muchas más, en torno de un horizonte que nos mantenga enamorados de esta etapa tan importante de la Argentina, de la cual la muerte es también una de sus circunstancias.