Entre el 22 y el 24 de marzo pasado tuvo lugar en la apacible Burdeos, Francia, el Tercer Congreso del Partido de la Izquierda francesa, en el que, por iniciativa de mis compañeros Martín Sabbatella y Ariel Basteiro, representé a Nuevo Encuentro. También estuvo, por la Argentina, la muy valiosa compañera Lucila Grosso, que pertenece a La Cámpora.
El Partido de la Izquierda forma parte de un frente mayor –político y social– que intenta canalizar el desgaste del binomio tradicional –conservadores y socialdemócratas– de la política francesa. Mientras en España, la impotencia y la falta de voluntad y coraje del partido socialista derivó en un nuevo gobierno de derechas, Francia presenta un fenómeno similar en el producto, pero altera el orden de los factores. Allí fue el gobierno de derecha de Nicolas Sarkozy quien no pudo manejar la situación, y dejó su lugar al socialdemócrata François Hollande. Pero la realidad ha empeorado bajo su presidencia. La crisis en Francia no alcanza –al menos hasta ahora– las dimensiones de Grecia, Portugal, España, Italia (donde acudimos a un proceso político muy particular), y ahora Chipre. Pero sí se hace sentir al interior de su pueblo, con un 11% de desocupación, que se acentúa entre los jóvenes, sumado a recortes sociales de todo tipo.
Al igual que lo sucedido en varios países de Europa, y antes en América Latina, el desgaste por incapacidad de las dos corrientes políticas dominantes, e incluso a veces su complicidad y sociedad en oscuros negocios, va llevando inevitablemente al despliegue de nuevas alternativas. Pero no está garantizado que esas alternativas sean necesariamente progresistas. También aparecen opciones de una derecha más intensa aun, como la que encarna en la propia Francia la hija del neofascista Jean-Marie Le Pen.
"Si el desencanto no deriva en nosotros, lo capitalizará la ultraderecha", declaró certeramente el líder del Partido de Izquierda, Jean Luc Melenchon, que en abril de 2012 superó el 11% de los votos en la elección presidencial. Y que ello no ocurra, dependerá de su claridad ideológica, de la confianza que inspire su programa concreto, pero, sobre todo, de la contundencia en la decisión de no transar con el sistema tradicional. Esto último no estará dado sólo por las declaraciones y los comportamientos autónomos, sino además, por su capacidad de atraer, organizar y potenciar el desarrollo de todas aquellas experiencias sociales surgidas del descreimiento.
El Congreso giró en torno de dos ejes propositivos fundamentales: la "Revolución Ciudadana" y el "Eco Socialismo". La primera se refiere precisamente a la necesidad de priorizar las nuevas experiencias sociales para dar contenido a las propuestas. Y aquí no sólo se toman como ejemplo los recientes acontecimientos de Europa, sino también, y con mucha atención, los procesos populares de América del Sur de la última década. La otra propuesta, el Eco Socialismo, parte de una mirada planetaria, que lleva necesariamente a limitar el desenfreno del lucro capitalista, y a nuevos pactos respecto de la energía y los recursos naturales, con acento en la economía social. Mientras el presidente Hollande insiste en denunciar los excesos del capitalismo financiero como "un enemigo sin nombre ni domiclio", el Partido de la Izquierda los proporciona, desplazando esa disputa desde el inasible plano de lo abstracto, al terreno de lo concreto.
Jean-Luc Mélenchon fue el único dirigente francés que condenó la intervención a Mali, por tratarse de un país con un gobierno ilegítimo, surgido de un golpe de Estado. Lo que habla de una visión crítica hacia el atávico colonialismo francés.
Durante el Congreso, se dispuso de un capítulo para escuchar a los invitados de otros países, entre los que predominamos las ex colonias francesas de África, y los sudamericanos. Y fue en esa intervención donde advertí sobre una posible paradoja entre los dos ejes propuestos: la Revolución Ciudadana –que interpreta la indignación de Europa– y el Eco Socialismo, que supone una dimensión planetaria, lo que implica un gran desafío a sortear.
Los indignados de Europa lo están a partir del desempleo, y de los recortes sociales a la vivienda, a la educación, a la salud. Pero tan cierto como eso, es que esos beneficios del Estado de Bienestar fueron obtenidos a partir de décadas de estrangulamiento de las economías subdesarrolladas, de cuya responsabilidad Europa no es ajena. La paradoja es cómo rehacerse de los ajustes en Europa, de lo que da cuenta la Revolución Ciudadana, sin desatender los intereses de los pueblos del Sur, de lo que da cuenta la perspectiva planetaria del Eco Socialismo.
Y aquí aparece un concepto esencial. La crisis europea no es financiera. Si así fuera, bastaría dar con la fórmula correcta de política financiera, para superarla. Se trata, más bien, del agotamiento de un modelo de acumulación que comenzó carcomiendo a los países periféricos, pero que ahora ha llegado a las sociedades del centro del sistema. Por lo tanto, la única superación posible vendrá de la mano de un nuevo paradigma, de una nueva relación entre producción y consumo, de una nueva igualdad entre las naciones. De mantenerse el actual patrón de acumulación, para que una población empobrecida de África o de América Latina alcance los niveles de consumo de Vancouver o Copenhague, harían falta seis planetas Tierra para obtener la energía necesaria. Lo que habla a las claras de la necesidad de repensar los actuales patrones de acumulación y distribución.
El cierre del Congreso fue emotivo. Con los puños en alto, entre una multitud de jóvenes que agitaban las banderas rojas y verdes, las voces entonaron la marcha Internacional, luego la enorme Marsellesa, y una hermosa canción titulada "Grândola, vila morena". En la madrugada del 25 de abril de 1974, el pueblo se adueñaba de las calles de todas las ciudades de Portugal al son de esa marcha, como señal de que la dictadura de más de 40 años llegaba a su fin, dando paso a la “Revolución de los Claveles”. Una de sus estrofas reza: “Grândola, villa morena, tierra de fraternidad/en cada esquina, un amigo, en cada rostro, igualdad.”