La decisión del gobierno argentino de reabrir el canje de deuda externa, a fin de incorporar al remanente de un siete por ciento de acreedores, en las mismas condiciones que en 2005 y 2010, no debe sustraerse de un contexto histórico y geopolítico mundial. Se trata de una medida realista que, por una parte emite una voluntad de pago, pero al mismo tiempo reafirma la política soberana de desendeudamiento. El pago total de una deuda contraída bajo co-responsabilidad entre malos gobiernos anteriores y acreedores inescrupulosos, sería de imposible cumplimiento.

Aún cuando, desde el punto de vista doctrinario o conceptual, siempre consideré válido el cuestionamiento político de la deuda, esto es, deslindar la parte legítima de la ilegítima, una salida de ese tenor, en un contexto de soledad regional (Argentina es el único país que cayó efectivamente en default), hubiera recibido muchas más represalias del poder financiero internacional que la salida a través del canje. Y seguramente, en términos concretos, no hubiéramos obtenido resultados mejores que la amplia quita de un 65% a un 70% del capital, la reducción de intereses y el estiramiento de los plazos de vencimiento.

La estrategia de desendeudamiento de los acreedores privados ensambla con otras dos medidas, el pago total al FMI y el rechazo al ALCA, con lo cual, bajo la gestión de Néstor y Cristina Kirchner, la Argentina construyó un trípode muy sólido para sostener su autonomía financiera, y desligarse de los condicionamientos sufridos durante las cuatro décadas anteriores, que tanto costaron a la consistencia económica y social del país.

Como consecuencia de la seriedad de esta política, el 93% de los acreedores aceptó las condiciones ofrecidas. El 7% restante está formado por grupos denominados fondos buitre, que especularon con la compra a precio vil de una deuda cuasi quebrada, y que gracias a sus anchas espaldas, tuvieron tiempo de esperar la recuperación del país para exigir luego el pago del ciento por ciento. Si la Argentina aceptara cumplir el fallo de la corte de apelaciones de Nueva York, no solo debería pagar el total de la deuda a ese 7 % que la enjuició, sino que de inmediato el 93% restante estaría en condiciones de exigir el mismo trato. Y una alternativa tal tendría consecuencias catastróficas e incumplibles para el país.

Así como el poder judicial de la república de Ghana, en consonancia con los grupos de presión internacional -en una suerte de alianza internacional de clases dominantes- embargó nuestra Fragata Libertad, y luego tuvo que desdecirse de esa decisión, hoy los tribunales de Nueva York, bajo el emblema del juez Thomas Griesa y sus adláteres, no sólo desafían a la Argentina en términos contables, sino también en términos de geopolítica internacional. Lo que no toleran es que alguien tenga la dignidad de vulnerar el mito fundante del sistema financiero internacional. Mito fundante de un sistema, que, entre otras cosas, fue el responsable de la caída de los créditos sub-prime en los Estados Unidos y de la crisis y desahucios europeos.

Como una muestra más de su convicción soberana, el gobierno argentino, en la misma semana que la corte de apelaciones emitiera su fallo adverso, decide enviar al Parlamento un proyecto que, lejos de congraciarse con el sistema financiero internacional que lo amenaza, grava la renta de capital empresario e incorpora a las sociedades extranjeras, para solventar con ello el consumo popular. Y, lejos de moderar su repudio a la decisión de los Estados Unidos de atacar militarmente a Siria, es uno de los voceros más claros en favor de la paz.

La economía estadounidense, a diferencia de la europea, se está recuperando, lenta, pero notoriamente. Y esto no se debe tanto a que tenga políticas fiscales proactivas, sino a la suba de acciones de los vendedores de armas en un mundo convulsionado. Mucho más que un sincero intento por "imponer la democracia", la decisión de intervención militar tiene por objeto satisfacer la presión de esas empresas. Por eso, la firmeza argentina al expresar una agenda diferente a la del poder hegemónico mundial, no solamente se refiere a la cuestión del endeudamiento, sino también a un nuevo modo de organización del sistema económico y productivo mundial, basado en la paz, el respeto por los derechos humanos, la inclusión social, la generación de empleo y la inversión productiva. Muy lejos del paradigma estrictamente financiero que dominó a la Humanidad durante las últimas décadas.

Publicado en minutouno.com
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