Por María Elena Chieno, Leonardo Grosso, Carlos Raimundi, Cristina Regazzoli, Adela Segarra *
El 15 de noviembre de 1988 el pueblo palestino declaró su independencia, y el 11 de noviembre se cumplieron nueve años de lo que hoy está comprobado que fue el asesinato de su líder nacional, fundador de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y primer presidente, Yasser Arafat. Con motivo de esas efemérides, la Autoridad Nacional Palestina organizó diversas actividades a las que fuimos invitados como miembros del Grupo Parlamentario de Amistad con ese Estado, junto a otras delegaciones políticas y sociales de diversos países.
En 1947, con los acuerdos que dieron origen al Estado de Israel, se estableció el derecho del pueblo palestino a tener su propio territorio y formar allí un Estado soberano. El no reconocimiento de ese derecho a lo largo del tiempo dio origen a la creación de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) en 1964. Tres años después tuvo lugar la “Guerra de los Seis Días”, en la cual Israel ocupó la Franja de Gaza y Cisjordania, asignadas a Palestina por su pertenencia desde tiempos inmemoriales. Y, desde entonces, no deja de abusar de la fuerza derivada de su condición de ocupante.
El conflicto atravesó diversas etapas de violencia, que incluyen la batalla de Karameh, el Septiembre Negro de 1969, los bombardeos a los campamentos palestinos en el Líbano, Sabra y Chatila, la primera y segunda Intifada, entre otras. Hasta que, a partir de los años ‘90, los cambios en la realidad internacional, pero fundamentalmente la vocación de paz de los líderes de gobierno de ambos estados en litigio, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin, condujeron las negociaciones iniciadas en Madrid y concluidas al cabo de tres años en los Acuerdos de Oslo.
Una vez más, los acuerdos no fueron cumplidos. En 1995, Yitzhak Rabin fue asesinado a manos de un estudiante judío y, justamente en estos días, se han conocido las pericias internacionales que determinan la muerte por envenenamiento de Arafat. ¡Qué sugestivo! Los dos líderes de los acuerdos de paz –ambos Premio Nobel– asesinados, siendo la principal sospechosa la parte que precisamente ha incumplido los acuerdos, y que en base a ello se beneficia del statu quo que confirma su condición de ocupante.
En este marco histórico-político, los palestinos y las palestinas de carne y hueso sufren una discriminación humillante. A nuestros ojos, los 800 km del muro que segrega a Palestina nos retrotraen a una etapa del mundo que pareciera superada, comparable, paradójicamente, con el muro construido por los EE.UU. en su frontera con México. Pero eso ni siquiera implica la tranquilidad para quienes habitan del lado palestino, por cuanto Israel alienta, con incentivos de todo tipo, la construcción de decenas de miles de asentamientos habitacionales en pleno territorio correspondiente a Palestina, para lo cual lleva a cabo campañas de atracción de judíos alrededor del mundo. Los denominados “colonos” tienen derecho a no trabajar desde el propio momento en que se asientan, por el solo hecho de hacerlo. Están eximidos de impuestos y reciben un estímulo económico por mayor cantidad de hijos, por cuanto lo que el Estado israelí pretende es consolidar su ocupación. Inclusive, casi la mitad de los asentamientos permanecen vacíos, cumpliendo la sola función de ocupar el territorio. Israel manipula a su antojo los “puntos de control”.
En el paisaje se reitera la presencia de carreteras, calles y barrios por donde los palestinos no pueden transitar, además de tener que comprar a Israel la poca agua potable disponible. Cada palestino dispone de alrededor de un cuarto del agua, mientras que los israelíes poseen libre disponibilidad del bien. Eso les impide, además, el cultivo del suelo y la manutención del ganado. Y está duramente controlada la importación de insumos para una producción autónoma. Todo esto sin entrar en detalles sobre el apartheid que sufren los niños y niñas palestinos, o la situación de los numerosos campos de refugiados.
Esto torna la situación de un pueblo de ciudadanos en una comunidad de súbditos, de una sociedad próspera en una masa empobrecida. Sin embargo, lejos de dejarse ganar por el resentimiento, Palestina persevera en su camino hacia los valores universales de la paz, la libertad, la igualdad y la justicia. Y continúa el ejemplo de Gandhi, Luther King y Mandela. Y no ha perdido la alegría.
Desde 2010, el gobierno que preside Cristina Fernández de Kirchner, con ratificación del Parlamento, reconoce al Estado Palestino, del mismo modo que la mayoría de nuestros hermanos latinoamericanos. Con el voto y la iniciativa de Argentina, Brasil y muchos otros países, la última Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por abrumadora mayoría dicho reconocimiento. No obstante, Palestina no ha conseguido pasar del status de Estado observador No Miembro –con derecho a los territorios que poseía antes de la ocupación de 1967– debido al veto de los EE.UU. en el Consejo de Seguridad.
Palestina es, como antes Egipto, Líbano, Irak, recientemente Libia, Túnez, Yemen y otra vez Egipto y Siria, un territorio en litigio de Medio Oriente, cuyos responsables han estado y están tanto dentro como fuera de la región. En Medio Oriente confluyen al menos tres situaciones que impulsan la intervención imperialista y la dilatación del conflicto de potencias ajenas a la región, pero cuyos intereses estratégicos se ven favorecidos por la dilatación del mismo. Por un lado, la necesidad de hidrocarburos en un mundo en que se tornan escasos, y el hecho de que Medio Oriente constituye el paso obligado hacia los países centrales. Por otro lado, que el mundo árabe es el que ofrece más resistencia a la imposición forzosa de las pautas culturales –y con éstas, los capitales financieros– de Occidente. Y por último, la necesidad de sostener la industria y el comercio de armamentos, la más poderosa industria mundial en términos de circulación de dinero, y el motor de las industrias derivadas en los países centrales.
En pleno siglo XXI, el mundo no puede permanecer indiferente a una situación de apartheid semejante a la que Sudáfrica pudo quebrar dos décadas atrás, para constituir trabajosamente un sistema de cohabitación y desarrollo pacíficos. Si la reticencia de algunos países que aún no se han pronunciado en favor de la soberanía de Palestina es el temor al poder financiero de las potencias que sostienen la ocupación, es una señal de que aún subyace en el mundo la subordinación de valores fundamentales de civilización al economicismo. Y habla, a las claras, de la deuda moral de una parte importante de la Humanidad, y de la necesidad de cambios muy profundos aún pendientes.
Por estas razones, por todos conocidas, más el relato de las experiencias de los distintos grupos de legisladores argentinos que hemos visitado Palestina en diversas oportunidades, solicitamos a esta Honorable Cámara de Diputados de la Nación su solidaridad, comprensión y acompañamiento en las medidas que nuestro país adopta en pos de una pronta resolución de paz y obtención de plenos derechos para el pueblo palestino.
* Diputados nacionales.