Hace varios años, una entrevista de actualidad que se dedicaba a hacer los consabidos test de inteligencia a determinados políticos despertó en mí una consulta sobre el sentido de esos test y obtuve una sabia respuesta: estar bien ubicados en uno de esos test no determina que la persona sea la más feliz, ni la más inteligente siquiera, ni que sea buen padre o buen hermano, buen docente o buen político; lo único que demuestran los test de inteligencia es que la persona mejor ubicada es la mejor preparada para responder a las preguntas que formulan esos test de inteligencia.
Algo similar podría aplicarse a uno de esos temas de agenda que logran ponerse de moda en unas pocas horas durante unas pocas horas, como lo es por estos momentos el debate entre candidatos. En primer lugar, una aclaración personal: nadie podría dudar de que quien esto escribe nunca tuvo ni tendría ningún problema en debatir con quien sea. Pero la pregunta central no es esa, la pregunta central es si el debate en el formato en que lo conocemos garantiza que la persona que salga mejor posicionada de ese solo acto puede identificarse con el que mejor gobierne después, o si sólo demuestra –al igual que en aquellos test de inteligencia– que la persona que gana un debate es la que mejor preparada está para ese acto específico que muy poco tiene que ver con la calidad de un gobierno.
Y en ese sentido, siguiendo con las preguntas centrales, lo central no es debate sí o debate no, sino qué tipo de debate. ¿Qué tiene que ver con el buen gobierno un debate en el que hay dos o tres minutos para expresarse sobre un tema, detrás de una tarima y en el que un conductor de televisión –casi nunca neutral– nos advierte que nuestro "tiempo ha terminado", o en el que debemos estar supeditados al sonido de una molesta chicharra? Sólo una sociedad con la mente extremadamente colonizada puede creer que salir airosos de ese formato puede ser una pauta que garantice un buen gobierno.
¿Cómo responder en tres minutos –si no es sólo desde una frase absolutamente preparada para el impacto– sobre temas tan complejos como la inseguridad, el narcotráfico o el proceso monopólico de formación de precios en una economía como la argentina? ¿Se puede explicar en tres minutos –y luego tener 30 segundos para el retruque– la inserción de los carteles internacionales de la droga en países emergentes con un excedente de capital que proviene del negocio del consumo de las sociedades más avanzadas? Y no entender, como se pretende, que con una frase hecha de un candidato se podría terminar de un día para el otro con ese fenómeno estructural, de época. Un tema que se resuelve en términos de procesos sociales y no de consignas electorales encaradas con absoluta banalidad. ¿Se puede explicar en tres minutos el proceso de concentración económica, la colonización que sufrió nuestro Estado a manos de los intereses de las grandes corporaciones privadas y que hace que una medida política, por más correcta que sea, a veces tropiece con grandes obstáculos estructurales que le impiden surtir sus efectos de manera inmediata? ¿Puede alguien explicar en tres minutos que está capacitado para resolver en un pase mágico el problema estructural de la inseguridad urbana, que está vinculada con la formación de grandes ciudades y con el subdesarrollo y no con una frase ingeniosa que se le pueda ocurrir a un asesor de imagen que aconseja a un candidato a decir con una determinada entonación?
Entonces, la pregunta no es debate sí o debate no, la pregunta es si el debate nos va a permitir desarrollar con toda la profundidad y con toda la complejidad que los temas merecen y no exclusivamente con frases de impacto. Además porque las frases de impacto cuadran mucho mejor en la oposición que en el que está gobernando, porque es mucho más sencillo desviar la atención creando un eje falso a partir de algo de lo que se carece, o algo en lo que se ha errado, que en defender todo un proceso histórico de construcción política, económica, social y cultural, que durante los últimos 12 años intentó conmover las bases de nuestra histórica colonización también económica, política, social y cultural.
Puede ser que una tarea pendiente sea establecer las condiciones de ese debate, pero también, una tarea más profunda aun es ver cómo encontramos las herramientas para que una sociedad acostumbrada al impacto pueda asimilar reflexiones más serias, más profundas y más extensas que las condiciones que dicta la horrible lógica del minuto a minuto.