Trataré de explicar simplificadamente las consecuencias similares de dos conflictos actuales, manejados por los extremos ideológicos, supuestamente ‘opuestos’.

 

Uno, planteado por la derecha, es el de la imprenta Donnelley, manejada por uno de los fondos buitre que demanda a la Argentina. No les ha interesado declarar una quiebra fraudulenta, con tal de crear un clima de desestabilización capaz de persuadir a los argentinos de la necesidad de acatar el fallo de Griesa. A consecuencia de ello, y sin razones que lo justifique, quedarían afuera de la empresa 400 trabajadores.

El otro conflicto es el de la autopartista Lear, cuya comisión interna estaba manejada por el Partido Obrero. Allí hay, para decirlo en términos muy simples, un problema con 60 contratados en etapas expansivas de producción. Y esto no es menor, porque involucra la vida y la familia de trabajadores. Pero la posición del Partido Obrero ha sido que para ‘arreglar’ la situación de estos contratados, hay que ‘desarreglar’ la situación de los 400 trabajadores efectivos. Y con ello, contribuir a crear un clima generalizado de zozobra ocupacional y social.

Esto, en definitiva, es funcional a los intereses de los buitres de adentro y de afuera. Del otro lado, el del campo popular, un gobierno que no se detiene un instante en la aplicación de políticas anticíclicas que buscan compensar con mayor actividad productiva y consumo interno, el declive de las compras internacionales.

Es por eso que al finalizar su último acto en la Casa de Gobierno, Cristina Fernández de Kirchner dijo a los jóvenes congregados en los patios interiores: “no se engañen, que nadie los corra por izquierda; a la izquierda mía está la pared”.

El contenido social de una política, que es conceptualmente el objetivo de la izquierda, no está en la teoría ideológica, sino en sus efectos prácticos. Y en este sentido los extremos se tocan.