Establishment formado por lobistas de todo tipo

La estructura que vincula farándula y política, no es ajena a intereses económicos y financieros. La política tiene dos modos de responder a ello: aceptar o no esas reglas.

Carlos Raimundi

El papel asignado a la política por los programas-insignia de la TV hegemónica, no es casual ni parte de una decisión ingenua orientada al mero entretenimiento. Por el contrario, se enlaza con las demás acciones orquestadas por el poder, desde una interpretación sistémica.

No digo que estén coordinados desde una única mesa de conducción, pero sí que responden a una lógica común y a los intereses de un mismo sistema de pensamiento y praxis. Un segundo elemento es que replican en el plano interno su mecánica global. Veamos, entonces, cuáles son esos puntos en común.

Estamos en presencia de un complejo de intereses que abarca la concentración financiera, lo judicial y lo mediático, y adquiere, por lo tanto, dimensión política. Se trata de engranajes de un mismo sistema, todos los cuales confluyen en la necesidad de un rol subalterno –y hasta de ridiculización– de la política. Del otro lado, pueblos que intentamos salir adelante, aquí, en Europa, en Medio Oriente, en Asia… Para los cuales, la política cumple otro rol, un rol protagónico de transformación.

¿Cómo se expresa esto en la Argentina de nuestros días? En la Argentina hay un establishment, formado, entre otros, por lobistas del poder financiero disfrazados de saber económico. Es el caso del extenso reportaje de Magdalena Ruiz Guiñazú a Daniel Marx, hombre de consulta de TN, y uno de los máximos responsables del default de 2001, quien –irónicamente– nos da clase sobre cómo superar la situación.

Las empresas encuestadoras más requeridas forman parte del mismo esquema, y se encargan de instalar la idea de que la continuidad política del país, luego de 12 años de temple kirchnerista, se va a dirimir entre los candidatos que ellos mismos describen como competitivos, tanto de la oposición como del oficialismo. Y todo este más que evidente dispositivo de poder, corona con la presencia de esos mismos candidatos en los programas de TV que conjugan política y comedia. Y modelan una imagen positiva de ello, sin tener en cuenta –más bien, ocultándolo deliberadamente– si en sus jurisdicciones se cuadruplica el boleto de trasporte público o se recorta la inversión en educación.

La política tiene dos modos de responder a ello: aceptar o no esas reglas de juego. Si una 'ratio' o razón central de la política es interpelar al poder establecido en nombre de los intereses populares que representa, es deber de la política poner en cuestión esas reglas, y no acomodarse servilmente a ellas. Es exponerlas al juicio crítico de la sociedad, en lugar de subordinarse. Quienes, desde la propia política, aceptan que el modo de llegar al pueblo es responder al aire si van o no a una boda, o atender el llamado de un comediante a la hora, en el contexto y bajo las circunstancias que él impone, o tornarse electoralmente 'competitivo' no por la densidad de la propuesta sino por ser 'mediático', ayudan a prefigurar un modo de relación entre la política y el poder que lejos está de ese necesario rol de interpelación. El poder termina, simbólica y fácticamente, siendo quien marca las reglas de juego, determinando el camino de la relación entre el político y la sociedad, disciplinando a la política, no a la inversa.

Preferir 'ese' modelo de relación es resignar la condición necesaria de autonomía de la política. Y una vez sentadas esas bases, será esa misma estructura mediática la que determinará cuándo cae la popularidad del dirigente, así como antes había determinado su ascenso. Y ello clausura el debate político ideológico sobre el modelo de organización social, sobre el tipo de democracia, de matriz productiva. El modelo, en cambio, termina siendo impuesto por los mismos medios responsables de hacer 'populares' a los políticos de moda.

Por otra parte, esa misma estructura que vincula farándula y política, no es ajena a intereses económicos y financieros contantes y sonantes. Por ejemplo, el instar a decidir sobre un concurso de baile por medio de millones de llamadas telefónicas bajo el pretexto de una práctica democrática, esconde la colosal transferencia de recursos desde los sectores populares a las mayores empresas monopólicas de servicios, arregladas con el medio.

El conocimiento público es un factor vital de la política. Pero según bajo qué reglas se llegue a ese conocimiento le imprime a la acción política su grado de autonomía, de mayor o menor dependencia respecto de los poderes establecidos. No re-hipotecar al país, como con toda dignidad y patriotismo lo decidió el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, aún bajo el fuego de los peores conglomerados financieros de Wall Street, marca un ejemplo de esa autonomía política.

Los medios que articulan con los grupos financieros, aquí y a nivel mundial, hacen 'conocidas', hacen que 'midan' a nivel de encuestas, a aquellas figuras que luego propiciarán un nuevo acuerdo con el FMI, de modo que aquellos cobren sus comisiones, y el país quede hipotecado durante otras varias décadas. Así se articula el poder. Incluso, en el caso de este presente argentino, la convergencia entre farándula y política se da en una doble dirección: tanto desde un comediante que pretende incidir en la política, como de un ex periodista político devenido en comediante. Y se conecta a nivel internacional, porque no es banal que se trata de las mismas empresas periodísticas que predican que debemos hacer lo que Griesa dice, y que no pierden oportunidad de desacreditar la credibilidad social en la política. Del otro lado, el otro modo de acumulación política, la conciencia y la movilización del pueblo, en apoyo de aquel modelo que lo dignifique. -

Fuente: http://tiempo.infonews.com/nota/130514/farandula-y-default-de-la-politica